El ministro del Interior quiere que los peatones que hayan cometido una infracción se sometan a un control de alcohol y drogas. Habrá que determinar a partir de qué nivel de alcohol en sangre es peligroso conducir los propios zapatos. Tendrá que ser más alto que el del conductor por dos razones: 1) ni las velocidades que se alcanzan ni los materiales humanos causan los mismos daños que los vehículos de chapa y plástico con los que nos desplazamos. 2) España produce vino y otros alcoholes y esa industria es intocable, como se demostró ya en varios intentos legales para reducir los consumos de la gran adicción nacional. Los cardiólogos recomiendan un vasodilatador vaso de vino al día y hay gente que vasodilata con una botella.

Cuando España era un país taurino, eran frecuentes los borrachos espontáneos que, de madrugada, saltaban al rodar de las vías de penetración y avenidas de las ciudades a torear utilitarios con la gabardina. Tenían peligro y alcohol. En los inicios de la automoción generalizada el peligro siempre era un niño que corría ciego detrás de un balón. Ahora que ha crecido, conduce ciego para llegar a ver el partido nuestro de cada día. El mayor peligro peatonal realmente existente hoy son los ancianos que, hartos de vivir, se lanzan a la calzada con su reuma, artrosis y cojera a despedirse de la vida por todo lo alto. Rara vez consuman su suicidio aunque logran frenazos, colisiones por alcance, latigazos cervicales y ruido de seguros.

Lo mejor de todo es que el Código Penal exime de responsabilidad al que alcance la intoxicación plena, el pedo total, así que si un peatón causa un accidente es mejor que lleve un ciego del quince que dos vinos. El colocazo te acerca al rey, te hace irresponsable, a ti nada, salvo que hayas ido a abrevar y cierra bar con el único afán de cruzar la calle en rojo para dar trabajo a los talleres de chapa y agotar las ayudas del plan Pive.