Ximo Puig quiere unas primarias libres, tan libres y estupendas que acabarán devaluando la propia libertad. Las primarias de Puig entienden la libertad en plan ganga, como si algún despistado se la hubiera encontrado en la calle un soleado día de agosto. La libertad, en cambio, tiene muchas servidumbres, sobre todo porque se ha pagado un alto precio por ella. Hay que guardarla como un tesoro exquisito, y no acudir al mercado de los saldos como si canjearamos un retal. No parece muy sensato que las primarias libres de Puig, tan prescindibles, humillen la efectiva libertad, o le provoquen un dolor feroz e inútil. Esas primarias son algo así como los vuelos baratos de las compañías aéreas: al final viajas a Florencia porque cuesta un euro y puedes ir de botellón el sábado por la noche ignorando que en una sala más o menos recóndita de los Uffici cuelga una de las cumbres del Giotto. La democratización de la libertad es necesaria, e imprescindible, pero su masificación, que a nadie gusta, la consume y la rompe. Todas las primarias de este lado de Occidente no son sino una herencia desvirtuada, gracias a Dios, de las que acontecen en EEUU, exportadas por aquel país como un bien de consumo más. Como las sopas Campbell del Warhol. En EE UU, el alcaldable, o el probable presidente, ha de pactar con los grupos de presión, las comunidades con poder -sobre todo religiosas- o la aristocracia del dinero para sumar votos y siempre a cambio de algo: de los posteriores beneficios para las élites que le han prestado su apoyo. No hay que chuparse el dedo. Ni cultivar mitos de papel. En los partidos españoles la cosa de las primararias sirve, sobre todo, para cabrear a los propios militantes, que de repente observan sus derechos mermados y su legitimidad hundida: su voto «vale» lo mismo que el de un vecino latoso e indiferente. También contribuyen al estallido de otro fenómeno aún vigente aunque un tanto silenciado: la endogamia fundada que ha envuelto a los partidos de izquierda a fin de que el «enemigo» exterior, con la cabeza del capitalismo o la cola de la burguesía, no devorara la ideología que segregaban sus fuerzas políticas. Mientras los liberales sacaban pecho porque ellos y el capitalismo se entendían en sus complicidades, la izquierda ha alimentado las alcantarillas de la historia, refugiándose de los golpes y también de los peligros de una adulteración sostenida de sus idearios e identidades.

Como la izquierda actual es cada vez más variopinta y multiforme, aunque el PSOE de Rubalcaba proclame un giro hacia sus esencias anteriores, y además una de sus partes se dedica a gritar en las Corts (otro valor perdido: el del respeto por las opiniones de los otros) o a ponerse camisetas para que contemplemos la fuerza de su capital creador, pues uno cree que lo mejor es dejarlo. Como si quiere Puig que voten en sus primarias hasta los del PP (me soplan que habrá un censo de simpatizantes acreditado y controlado, en las primarias socialistas. Al menos no todo está perdido, y aún ha de sobrevivir algún leninista, supongo que en los umbrales de la vejez, oculto por los pliegues de Blanquerías).