Pretendo puntualizar aquí una cuestión que, me parece que tiene mucho que ver con ir tratando y resolviendo positivamente la desafección política. La desafección política se produce cuando ciudadanos van pensando, algunos con pruebas, que la política se mueve por los intereses personales de los políticos, y que, frecuentemente, los valores que se invocan, no se practican y se utilizan, más bien, como pretextos retóricos. Incluso cuando se proponen políticas a favor de algunos ciudadanos, con frecuencia, vienen expresadas en términos genéricos, fruto de la cocina entre jerarcas y expertos, lejos de sus vivencias y sin contar con sus prioridades.

Lo cierto es que nuestra democracia cuenta con partidos diseñados de arriba abajo, que en lo último que cuentan, si llegan a hacerlo, es en los procesos de decisión política de sus votantes. Piensan en cómo elegir a sus dirigentes, encontrar un líder heroico-carismático, en dar con un relato vendedor, predicar eficazmente su mensaje. En todas las frecuentes manifestaciones que en estos días podemos escuchar o leer sobre la reforma de los partidos, apenas encontraremos cómo ayudar a los votantes a formar, manifestar, potenciar su voluntad política, a pesar de lo que determina la Constitución al respecto.

La desafección política no va a reducirse mientras los partidos no aborden una metamorfosis de sus mentalidades y prácticas burocráticas de dirección, aceptando una política de abajo arriba, elaborada por la acción de federarse coaliciones autónomas de activistas y votantes. El partido, como empresa de servicios políticos (legales, naturalmente). Para ello, hacen falta activistas capaces de autogobernarse en línea con sus valores, con vocación de llevar a cabo un trabajo intensivo con sus votantes actuales y potenciales y con sus líderes, y con capacidad de coaligarse con ellos, y con otros activistas y con los dirigentes del partido, y con las elites de poder local.

En esta (re)vitalización de capitales sociales partidarios, la comunicación política, no puede ser una predicación unilateral, sino mas bien una conversación: escuchar, preguntar, comprender, responder. Demasiados partidos han expulsado de sus filas a muchos activistas capaces de hacer todo esto, porque chocaba de frente con la disciplina burocrática. Así esta disciplina ha hecho más fácil dirigir militantes obedientes, a costa de perder capacidad de coalición con sus votantes. Ahora, los dirigentes van a tener que pactar con los activistas un sistema de liderazgo que responda a tres requisitos: compartir los objetivos de todos los que condicionan los resultados, determinar la tarea eficaz para alcanzar la mayoría de esos objetivos y asegurar el entrenamiento de quienes tienen que llevarla a cabo.