Cuando un gobierno está en apuros hace un Wert, amenaza a los Erasmus o, en versión autóctona, acorta el himno regional. Jibarizar la pieza de Thous sería incluso razonable: pero en otro lugar, en otro momento, en otro contexto. Porque no estamos para gaitas. Como con la bomba atómica lanzada desde el Enola Gay, las consecuencias de algunas medidas se percibirán con el paso del tiempo. La CV parece un laboratorio de pruebas. Los jurados de los Premios Jaime I, sabios en sus respectivas disciplinas, han insistido hasta la saciedad „de forma postrera esta semana„ en que se modifique la financiación para garantizar los servicios públicos.

En su exposición, el portavoz Ramón Tamames evitó el ensañamiento y no detalló el trecho que nos separa de la autonomía mejor pagada. Sospechamos que para circunvalar la algarada o el escarnio. Pero como a Tamames, Barea, Swarchtz, Lamo de Espinosa y compañía les pagan por hacer diagnósticos y no para ejercer de políticos, su receta fue más cobardica que reivindicativa. O sea, que si no hay fondos habrá que prescindir de la autonomía. Los sabios precisan que al ser inviable la prestación de los derechos meritados por los ciudadanos algunas competencias deberían enfilar el camino de vuelta hacia la Villa y Corte.

En ese sentido, Madrid experimenta en la CV la desamortización autonómica. Los acontecimientos apuntan en esa dirección. Las modificaciones en el campo audiovisual, administrativo, sanitario o educativo, fruto del movimiento tectónico mediático, político y empresarial sugieren ese escenario. En el caso más llamativo, el televisivo, determinados poderes llevan lustros emponzoñando el debate y percutiendo de forma pertinaz el casco de la televisión pública en España. Y el mamparo ha comenzado a resquebrajarse por su punto más débil. Tiene para inquietarse el sector.

El proceso no es particular. Se focaliza en la Comunitat Valenciana pero afecta a todas las televisiones públicas. Desde el pudor y la distancia ideológica respecto a la mayoría de los que se manifiestan contra el proceso, el cierre de RTVV es un error político de magnitudes oceánicas y una catástrofe para los valencianos. Y repite el debate recurrente de siempre, partidos y sindicatos están más pendientes en señalar culpables que en buscar soluciones. El PP se justifica en su continuo tracking demoscópico para tomar decisiones como esta. Se precia de conocer el pulso de la calle y, junto con la sobreexposición a la que se someten a si mismos, pretenden vadear las procelosas aguas de su mandato. Qué gran error.

A los políticos siempre les ha gustado salir en la tele. Más de la cuenta. Esa obsesión ha sido siempre para mí un arcano. Y una patología difícil de combatir. La sobreexposición ha modelado al político-holograma, sinónimo de titán. La hegemonía escópica le acerca al superhombre a los ojos del ciudadano pero le aleja de la realidad. El espejismo, consumido rápidamente por la sociedad, les asocia al éxito hipotético pero también, y sin remisión, a los fracasos y las decepciones. Por eso la oposición nunca gana las elecciones. Las pierden los gobernantes, por hartura del votante. Un presidente no es un semidiós. En ese sentido solo los dictadores y asimilados creen tener poderes absolutos. Miren al venezolano Maduro. Este legítimo electo bajo sospecha pretende prohibir la inflación, que es como prohibir las nubes.