Tenemos claro que la Comunitat Valenciana, a pesar de lo que opinen el presidente madrileño, Ignacio González; el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro; o el presidente de Extremadura, José Antonio Monago, tiene una financiación injusta y discriminatoria. Con una renta per cápita que no llega al 83 % de la media española y con unos ingresos que son insuficientes para corregir el déficit, la Comunitat Valenciana sigue discriminada financieramente: recibimos el 9,5 % menos que la media de las autonomías españolas. Obtendríamos unos 5.000 millones de euros más si se nos aplicara el mismo criterio que el que se utiliza para Cantabria y 2.000 millones si se nos tratara como a Cataluña, en trance de pronunciarse sobre su independencia.

Las Corts Valencianes, con el afán de mover ficha, contrataron a un nutrido equipo de expertos, a las órdenes de Francisco Pérez, que han emitido su dictamen para reivindicar una obviedad. Todos los partidos con representación parlamentaria autonómica aprobaron la modificación del Estatut d´Autonomia. En el mayor de los silencios, como siempre, cuando la propuesta iba hacia el Congreso de los Diputados, ha sido aparcada sine die por recomendación del PP, mayoritario allí y aquí. La apisonadora se ha puesto en marcha y las instituciones autonómicas han quedado planchadas hasta nueva orden. Por eso quizás, el presidente de la patronal autonómica Cierval, José Vicente González, recordaba que, si por separado ya somos bastante, en el caso de que se sumara la generación de riqueza de la Comunitat Valenciana, con la de Cataluña y la de las islas Baleares se sobrepasaría largamente el 50 % del PIB español. ¡Poneos a temblar!

El presidente del Banco Mundial, el coreano Jim Yong Kim, ha recomendado a los europeos que «se sienten y reflexionen sobre lo que han de hacer ahora». Consumidos más de cinco duros años de decadencia económica, cuando la recesión podría estar remitiendo, los centros de poder en Europa tendrán que afrontar el porvenir de una forma distinta para que estos episodios no pudieran volver a repetirse. Hemos sufrido sobre nuestras carnes, unos más que otros, la contundencia de los recortes en aras de una esgrimida austeridad.

A la sociedad española aún la falta culminar tres procesos. Uno es el territorial, al que previsiblemente se incorporarán otras zonas de España. Algunas imprevistas, como podrían ser Galicia o la Comunitat Valenciana. La segunda conmoción vendrá motivada por las consecuencias inesperadas de una desconfianza política que afecta a las más altas instituciones del Estado y al modelo caduco que ha venido funcionando desde la transición democrática. El tercer movimiento será social, pero con unas pautas de comportamiento hasta ahora desconocidas. Las revoluciones las mueven las capas sociales y afectan a los resortes políticos dominantes. Hay una España que se hunde y otra que viene arrasando por detrás. Ese fenómeno se entrecruza con el debate territorial, entre centro y periferia, y se prolonga en las ansias soberanistas, cuando algunos creían sepultadas esas pretensiones en el europeísmo, la aldea global y la internacionalización.

Los herederos ideológicos de las posiciones más antieuropeas, en fechas no demasiado lejanas, ahora esgrimen estos argumentos supranacionales para salvar su acendrado nacionalismo estatal. El hecho de que la Unión Europea haya pasado a ser, en afán de coherencia, la composición de los 28 Estados miembros que la conforman, no evita que la esencia del movimiento europeo tenga en la Europa de las Regiones su más auténtica razón de ser, porque en ellas se encuentran sus raíces. El proyecto europeo formulado y redactado por Altiero Spinelli ha sido, sin lugar a dudas, una de las iniciativas más avanzadas políticamente y enraizadas en mayor medida, en la esencia de una Europa cohesionada. La única que podría llegar a ser incombustible: la Europa de los Ciudadanos.

Los valencianos habremos de resolver con urgencia qué pretendemos ser en adelante, en la edad de la razón y con quién seremos capaces de desarrollar nuestro proyecto como pueblo. Después del miedo a todo y a todos, que todavía estamos pasando, llegaremos a no necesitar la protección del Estado pero, sí exigir que, quien quiera detentar esferas de poder como el militar, el judicial, el orden público o las relaciones internacionales, sin intromisión, nos aporte, de entrada, seguridad.

Lo que viene no tendrá nada que ver con lo que es ni con lo que fue. Ahora, el fantasma que se exhibe es el de unas hipotéticas coaliciones „a tres o a cuatro bandas„ que pudieran alterar el régimen de mayorías, satisfecho con su alternancia en el poder. Es un panorama muy simple para un porvenir, en el que tendrán que convenir muchos acontecimientos y que, en cualquier caso, será complejo y exige cambio.