Durante los últimos meses, Aznar ha sacado la artillería pesada contra el Gobierno de Rajoy. Sus críticas no han sido efímeras ni vacuas: las ha repetido con reiteración y solemnidad. El expresidente ha insistido, por ejemplo, en que había que bajar impuestos, ha impugnado la política antiterrorista de Rajoy y ha suscrito otra vez la dignificación de la nación española, quebrada por los actuales dirigentes. Sus objeciones, además, nadaban entre un mar de espinas dirigidas al corazón del equipo gubernamental: «Mis críticas son las de millones de electores del PP», remató hace unos días para elevar su autoridad.

Ni un acuse de recibo. Ni una réplica soterrada del entorno de Rajoy. Es como si el Gobierno se hubiera mimetizado entre los silencios del presidente. De repente, la semana pasada, parecieron conciliarse las más elevadas esperanzas. Rajoy esperó el día de gloria de Aznar „el acto de la presentación de su segundo tomo de memorias„ para manifestarse. Lo hizo como mejor sabe: lanzándole el mensaje del vacío, que es el que más duele. Ni un solo ministro acudió a la cita con Aznar. Ni por supuesto Rajoy, que ya había decidido metamorfosearse en un éter, muy lejano a las palabras y los gritos de réplica. «Si algunas interpretaciones tienen razón y lo que se ha mandado es un mensaje de escenificación sobre la decisión de una ruptura, pues se toma nota», dijo Aznar. Ruptura no sé. Venganza, desde luego.

Gestos contra palabras. Las palabras no son el fuerte de Rajoy, al contrario que Aznar, cuya expresividad es rotunda. Rajoy enaltece los silencios y los gestos. Sus ocultaciones son tan amplias que, en ocasiones, se diluyen entre la percepción de una permanente elusión de responsabilidades. La duda de si hay alguien mandando resulta fundada. Frente a la dinamita que vertía Aznar, Rajoy le dirigió un agujero cósmico que se tragó la suficiencia del ex presidente. Por si faltaba poco, la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, lo remató con unas frías palabras que contenían la épica militar de un general en activo. «Hay que resaltar su valor y entrega a España», dijo la número dos del presidente, como si se le hubiera entregado una medalla póstuma y protocolaria. Valor y entrega. Una síntesis malévola recogida del romanticismo político que Aznar, como buen conservador, no sería capaz de desdeñar. Una síntesis que parecía un adiós.

Hace tiempo que Aznar se arroga en portavoz de los críticos con ataques frontales a Rajoy, al que acusa de no ser capaz de liderar el nuevo horizonte de la nación española y de olvidar la ideología que emana de FAES. Aznar, caudillista y cumpliendo el papel de salvador de la patria, amaga con regresar desde el autoengaño de su superioridad moral. Aunque no parece importarle, cada trueno suyo desestabiliza al PP. Aznar aglutinó a la derecha, le otorgó un proyecto político y le concedió la mayoría social. Pero también es cierto que bajo su mandato comenzó su ocaso. Desde una actitud arrogante, se empeña en mostrarse en público como si los españoles le debiéramos algo. «Si lo que se ha mandado es el mensaje de escenificación de una ruptura...». No sé si ha llegado a tanto el mensaje de Rajoy al rodearlo de vacío, pero le ha dado donde más le duele.