Por fin hemos conocido la sentencia del desastre del Prestige. Aparte de que, para variar, no se ha tenido en cuenta responsabilidad política alguna, hay muchas cosas que están por contar. Álvarez Cascos lo dirigía todo desde el coto donde se encontraba cazando («estando cazando» que decía aquel parte oficial cuando al general superlativo le estalló una escopeta entre las manos) y Fraga bramaba lo poco que su edad y condición física le permitían „«el maldito barco» repetía a todo el que le quisiera escuchar„ pero tampoco hizo nada por evitar aquel desastre. La población de Galicia salió a las calles al grito de «Nunca mais» pero su explosión de protesta no fue escuchada ni atendida.

Rajoy convocó, en diciembre de 2002, a todos los presidentes autonómicos a una cumbre en Moncloa. Me tocó asistir, por la responsabilidad profesional que ostentaba, como integrante de la delegación canaria. El recuerdo que tengo de aquella reunión es, cuando menos, surrealista o hiperrealista, aunque ambos adjetivos parezcan contradecirse. De aquella reunión salió el voluntariado de toda España para ayudar a limpiar las playas, y nada más. Recuerdo una mañana de enero de 2003, en la playa de Muxia, lluviosa y triste: el olor era insoportable aun con mascarillas, pero los voluntarios trabajaron con entusiasmo solidario. Va por ellos.