No leer durante las comidas). En la inauguración en la estación de Atocha (Madrid) de unos váteres de pago, aclaran que esto es muy normal en el mundo aunque en España no haya tradición de poner por deponer. Lo dicen como una carencia cultural. La teoría sostiene que no se paga el servicio higiénico, sino la higiene del servicio. Pero los viajeros, culos inquietos, saben que en Francia te pueden cobrar por ir a un retrete oscuro y maloliente del tamaño de un armario de un cuerpo. ¿Por qué es culturalmente mejor pagar por ello que hacer ello gratis? Porque lo repiten los liberales, «nada es gratis». Ni eso.

Cuando Mateo enunció las obras de misericordia corporales, aquello de dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo y tal, no incluyó la que debería hacerse con todo viajero en Atocha porque entonces no había lugares específicos para esos menesteres y si no había un espacio bueno como el que ahora se ofrece por sesenta céntimos, a cambio había pocos malos. La prueba de ello la tenemos en la figura del caganer de nuestros belenes. Eso si es que no iba implícito en «dar posada al peregrino», por lo que tiene la posada en común con posar, que es soltar la carga que se trae a cuestas. Ahora hay un lugar de pago para hacer algo que está multado hacer en el resto de los lugares.

En los váteres públicos está la primera línea de la dialéctica entre lo limpio y lo sucio, con la paradoja de que a las personas pulcras les gusta que esté limpio antes de manchar y a la gente sucia les da igual cómo esté y manchan también. Pero ese escenario de privacidad también es susceptible de usos alternativos „el consumo de drogas y las prácticas sexuales„ que aquí no estarían permitidos, dándole un uso exclusivo de alivio de superfluidades excrementicias mayores y menores. Pero, entonces, ¿para qué han puesto una bola de espejos de discoteca?