Por si teníamos alguna esperanza puesta en el arrepentimiento del expresidente Camps, tras su exoneración en el caso de los trajes de Milano/Gürtel, y el deseo de dar cumplida cuenta de cuánto había decidido como mandatario, cuando se lo requiriese el juez Crespo, ahora podemos alimentar una duda razonable de que sus intenciones van por otros vericuetos. La pirueta Camps será conocida de ahora en adelante „su aportación a la historia de la jurisprudencia y eso que ocupa cargo el Consell Jurídic Consultiu„ como lo son la llamada claúsula Camps y el aval Camps a los equipos de fútbol (tres, y todos eran sociedades privadas orientadas al lucro de sus socios y sobre todo, presidentes). Esta gran aportación se suma a sus múltiples declaraciones sobre el tema por el que estuvo imputado. En el caso de Nóos solamente está citado como testigo y su inapreciable declaración hubiera aclarado las dudas sobre las actividades de Iñaki Urdangarin y su socio, Diego Torres, en estas tierras, de las que sacaron más de tres millones de euros.

Pero no se le pudo localizar ni siquiera con ayuda de la policía. En cambio, un magnífico fotógrafo de este periódico lo captó saliendo de misa en la esquina de la iglesia misma. Había dado al juez otra dirección y otro teléfono, según parece. Muy cuco. Una artimaña legal como otra. El caso es que a Camps no se le ve llegar al palacio del marqués de Santa Bárbara, ni ha aparcado nunca en el sitio que le han reservado en la plaza del Horno de San Nicolás. Se le ve bastante por el tenis; desde que tenía carnet gratuito cogió afición y es justo que espere que su hijo, entrenado por los mejores, un día jugará en el Agora «de papá», aunque no la hemos pagado y la debemos todavía... Dos días antes se le vio salir con ropa deportiva y una bolsa ídem, mirando a un lado y otro „por si las moscas le seguían„ y metiéndose en su coche. Los socios del club le han expresado de forma grosera que no es un visitante grato. No ha hecho mella en su moral.

Si no se hizo visible hasta la hora en que así lo decidió es porque no quería declarar ni colaborar, no ese día. Y no me asombra, porque lo que sabe no lo ha dicho y lo que dijo hace tiempo, ahora, Rita Barberá lo contradice ante el juez (que hubo cinco reuniones). Así que calla cuanto pudiera complicarle la vida (o su pase a inculpado, pero el fiscal en el TSJ informó que no hay motivos para hacerlo). ¿A qué pues tanta alarma de su parte? Como un Pimpinela Escarlata, «estuve en casa todo el día», dice él. Y «nadie fue a buscarme». Parece que no oyó el timbre ni las conversaciones, tendrá forrado con corcho el salón. Es una pirueta de mago muy teatral la del ex muy honorable.

Pero todo eso lo ha consultado. Él solito no llega a esa conclusión. Bien si ha contratado ya abogados, ya expertos que son «amiguetes del alma», también. Le habrán dicho que la treta vale. Una dilación para poder pensar cómo contestará cuando el juez dé con él. No lo tenía todavía claro. Espero que sepa lo que hizo al menos, aunque no nos lo diga nunca.