Lla burguesía valenciana, de nuevo por la senda del juzgado. El juez Pedraz ha ampliado la acusación que pesaba sobre las grandes fortunas que «gobernaban» el Banco de Valencia. Lo que esquivó el Frob, porque le interesó esquivarlo o porque se dejó seducir por otros asuntos, lo ha logrado la asociación vinculada a Juan Broseta y a Diego Muñoz. La conclusión inmediata es que se acentúa la escena de desequilibrio social y político porque el agrio aroma de las irregularidades no mengua sino que se agudiza en todos los ámbitos. Los había irrigado ya, pero esta vez la zarpa es sistémica. Cuando la política no es capaz de defender los intereses del dinero (para eso está en muchas ocasiones) ni de preservar sus costuras más impúdicas, es que la quiebra es imposible de ocultar. El caso del Banco de Valencia es paradigmático (dejemos ahora la CAM, porque se fundó sobre otras peculiaridades). El mapa del hundimiento de los sistemas financieros españoles tiene muchos contornos y secuelas, pero sólo el BdV está actuando como objeto ejemplarizante del agujero general. Basta observar el paisaje posterior al descalabro. Salvo algunas excepciones muy clamorosas, todos se han salido de rositas y deambulan por ahí bailando sobre la música de la gracia o del olvido. Es como si el bisbiseo que corría por Madrid hace ya algún tiempo -los murmullos de Madrid suelen solidificarse y transfigurarse en algo real-, según el cual el BdV había sido elegido por los poderes fácticos para adoptar el papel de mártir del desmoronamiento generalizado, hubiera traspasado su función narrativa para mutar en un hecho objetivo. Si lo que se pretendía era su estigmatización, los indígenas de aquí han colaborado en la iniciativa con pompa y jabón.

Toda pretensión o ideal necesita de un contexto favorable. Los valencianos no hemos dudado en poner la cama y el ambiente indispensable -sublime se diría- a fin de que la atmósfera estimulara el objetivo final. El PP de Madrid -bueno, el Banco de España y el Ministerio- envió al Frob, que eran unos señores empresarios, y los empresarios de aquí -comenzando por los consejeros del banco imputados- comerciaron con ellos y les agasajaron con flores y marchas triunfales. Hasta el presidente de la Cámara de Comercio, José Vicente Morata, cooperó en las inspecciones (ya inspeccionadas por el Banco de España) y hubo de estar enterado de las transacciones mercantiles. Nada les faltó. Fuentecillas de colores a lo Pepe Isbert y dulzainas con tonos patrios. La asociación valenciana Apabankval favoreció la exportación de ese contexto salvaje, lobos contra lobos, imprescindible para que Madrid tomara nota sobre las debilidades nativas. La política del Palau, que es un no ser estando, tampoco puso obstáculos para que el modelo fracasado español no estallara precisamente aquí, con el estrépito que anhelaba Madrid. Los episodios financieros son la radiografía exacta de la influencia política. En este caso, como en el anterior, la política valenciana ha sido inexistente. Ni en Galicia, ni en Madrid, ni en el País Vasco, ni por supuesto en Cataluña han amanecido, salvo excepción famosa, entre prótesis judiciales e inmolaciones públicas y con pintadas autoacusatorias. La «pela» es la «pela». Poca broma.

La judilización de las grandes fortunas valencianas, en esta moviola infatigable, es un golpe para la orilla política, a poco que la orilla política sea un poco sensata ( la política somos todos). ¿Queda alguna figura pública que no esté imputada, o declare como testigo, en la feraz escena valenciana? El Frob se querelló contra una enorme nómina de empresarios y ahora vuelve a «caer» el exconsejo del Banco de Valencia. Ni siquiera a la Caixa, la heredera, ha de aplaudir. Hablamos de los grandes poderes y hablamos de una extensa frustración en los estamentos de esta sociedad.