De vez en cuando es bueno hacer un alto y reflexionar sobre lo que hacemos porque hay cosas que no tienen sentido.

Por ejemplo, no tiene sentido querer tener políticos honestos y luego votar a gentes imputadas e incluso condenadas por la Justicia, normalmente por asuntos de corrupción en el desempeño de sus cargos. Que los partidos políticos los mantengan en sus listas o puestos puede indignarnos pero no debe extrañar porque los partidos son cada día más autistas y sus listas cerradas son el coto de los miembros del aparato que se protegen unos a otros, hoy por mi y mañana por ti. Eso es desmoralizador porque muestra que los partidos están más centrados en sus intereses que en los del país y por eso se distancian cada vez más de los ciudadanos, pero que esos mismos ciudadanos les den luego su voto no tiene sentido.

Otra incongruencia es querer tener tener seguridad y privacidad al mismo tiempo cuando ambas se están demostrando incompatibles. Los terribles crímenes de menores que llenan minutos y minutos de nuestros telediarios nos muestran cómo las cámaras de vigilancia instaladas en un parque, en una gasolinera o en la puerta de una óptica proporcionan a los investigadores datos que desmienten las versiones de los imputados y demuestran que los menores les acompañaban o no estaban donde ellos decían en los momentos anteriores a su muerte. Todos nosotros somos igualmente filmados cuando menos lo sospechamos por esas mismas cámaras que ya no están solo dentro de los bancos, sino en las calles captando todos nuestros movimientos, cómo vestimos, por dónde vamos, a qué hora y con quién lo hacemos. Lo que debemos exigir es equilibrio entre seguridad y privacidad y controles sobre las limitaciones de esta última.

Es igualmente absurdo escandalizarse por el espionaje que han puesto de relieve Wikileaks y Snowden y que también está vinculado a nuestra seguridad. Lo que nos debe escandalizar no es que las agencias de inteligencia espíen e intercambien megadatos, de gran utilidad en la lucha contra el terrorismo o el crimen organizado, sino que no respeten los límites al interferir teléfonos de líderes amigos o cuando obtienen informaciones de las posiciones de aliados en negociaciones comerciales. El escándalo no es que se espíe, que es algo que siempre se ha hecho y que justifica la existencia de servicios secretos, sino su escala masiva, pretender farisaicamente que no se sabía y que no se respeten ciertas reglas entre amigos.

Es incongruente dar entrevistas o escribir libros de memorias y falsificar el pasado para echar la culpa a otros de los propios errores. Ni siquiera hace falta mentir, pues basta con contar medias verdades ocultando lo que a uno no le conviene para que el resultado se asemeje muy poco a lo realmente acontecido. A esas personas no les importa lo que pasó, sino lo que les pasó a ellos y en lugar de reconocer con honradez las equivocaciones buscan esconder su responsabilidad descargándola sobre otros. Sé que la memoria es selectiva y algunos llegan a engañarse a símismos para luego tratar de engañar a los demás. Pero se les nota mucho.

Mientras nos sobran problemas, me parece contraproducente discutir sobre la Monarquía, que sigue siendo la mayor fuerza integradora en un país de fuertes tendencias centrífugas. De igual forma me cuesta entender que un español europeo quiera convertirse en un albanés sin paraguas. Sé que los sentimientos son por definición irracionales, pero quiero creer que la gente, cuando se para a pensar, acaba actuando con inteligencia y permite que el buen sentido se imponga a la rabia y a las frustraciones reales o imaginarias.

Es ridículo pretender que creamos que todo un señor abogado puede firmar un recibí por una importante suma de dinero que luego dice que no le dieron y que actuó así por miedo a su jefe. Me parece una falta de respeto a jueces y ciudadanos que solo se explica por la soberbia y la sensación de impunidad con la que actúan los políticos. O es un sinvergüenza o es un memo. Casos como éste explican que la corrupción figure en las encuestas como una de las mayores preocupaciones de los españoles. Preocupa tanto la corrupción como la irritante desfachatez de los corruptos.

Tampoco es serio afirmar que España debe aprovechar la crisis económica para cambiar un modelo de crecimiento basado en el ladrillo „un modelo que nos ha estallado en la cara al hacerlo la burbuja inmobiliaria„ y al mismo tiempo recortar los fondos que se destinan a educación y a investigación que podrían preparar a nuestra sociedad para redirigir sus energías hacia actividades diferentes. No se puede cambiar sin educar y por eso también es absurdo modificar la ley de educación cada vez que cambia el signo político del Gobierno. A los responsables pasados y presentes del ramo se les debería caer la cara de vergüenza por no lograr acordar con la oposición un modelo educativo perdurable y por tener, como consecuencia, los alumnos peor preparados y los maestros menos estimulados de Europa. Ninguna universidad española está hoy entre las 100 mejores del mundo. Una vergüenza.

Hay más incongruencias y estoy seguro que a usted, lector, se le ocurren muchas otras. Identificarlas es el primer paso para dar un poco más de coherencia a nuestras vidas.