Acudo a la cita mensual con mi amiga Pilar Pardo, antaño profesora de un servidor en el Instituto de Educación Secundaria (IES) público Joan Fuster de Sueca. Me trae de la India al dios Ganesha, portador de dinero. Esta bestia divina preside ya mi mesita de noche. Convive a su lado Rosita Amores (entre dioses se entenderán, digo yo).

Le pregunto a Pilar cómo ha ido su viaje. No el de la India, que se supone exitoso. Me refiero al desplazamiento de Xirivella, su pueblo, hasta Valencia, lugar del encuentro. Sería más lógico preocuparse por la salud o la familia, lo sé. Pero ambos fuimos víctimas del transporte público durante largo tiempo. Y eso marca.

Ella invertía 90 minutos diarios para desplazarse desde su casa en Xirivella hasta el instituto de Sueca. O si prefieren, tres horas al día entre ida y vuelta. Algo similar ocurre en mi caso. El trayecto ferroviario Cullera-Carcaixent cuesta lo mismo que viajar a Ítaca.

Eso sí, da gusto desplazarse a Madrid en hora y media. ¡Para que luego digan del poco sentido común de los políticos! ¿Para qué invertir en infraestructuras periféricas cuando el pueblo llano necesita conectar el Palmar, póngase por caso, con Zarzuela? Decía Pilar entonces que el tren de las seis de la madrugada iba repleto de inmigrantes, currantes y ella, que se la supone privilegiada por funcionaria pero doy fe de que es tan desgraciada como yo.

Me informa esta viajera interplanetaria de que los escasos kilómetros de distancia entre Xirivella y Valencia dependen actualmente del metro. Trenes escasean, vamos. Así que salvo trasbordos, huelgas, masificaciones, hacinamientos, maleducados y algún que otro carterista, todo va sobre ruedas (nunca mejor dicho). Para que luego se quejen del trasporte público. Un servidor apenas lo usa pero lo echa de menos. ¡Qué tiempo tan feliz cuando los trayectos cortos devenían interminables! ¡La de enciclopedias que uno se podía leer!

La soledad del conductor de coche es muy mala. Al despedirme, le pregunto por su paisano Cotino, fiel devoto de la Virgen de la Salud, etc. Él es usuario parroquiano del AVE. Nosotros en cambio siempre bajamos en la próxima parada.