Puestos a preguntarse sobre asuntos mundanos, uno se cuestiona cómo es posible que las aulas silencien el drama de la violencia machista. Puestos a enojarse, uno se cabrea cuando la muerte de tantas mujeres se convierte en una tragedia griega propia de un vomitivo espectáculo mediático. Si buscamos la justicia „¡otra que tal!„ para esas mujeres, ¿por qué nadie toma en serio medidas eficaces alejadas de la cosmética, el paripé o la pose?

Digámoslo sin tapujos: la violencia de género cuenta con demasiados cómplices; unos la frivolizan, otros la neutralizan o incluso la evaden, y, si se tercia, estigmatizan a quienes reivindicamos auténtico compromiso social. Incluso la prensa, aparentemente sensibilizada, apenas aborda el asunto más allá de la estadística, el dato, el informe o la curiosidad: «Una de cada tres chicas adolescentes admite sufrir un nuevo control abusivo de su pareja» (Levante-EMV, 20 de noviembre). Sí, ¿y qué? A mí me dice poca cosa esta noticia cargada de cifras asépticas. Pido crítica, reflexión y acción. ¿De qué sirve, por ejemplo, una educación que evade el estigma de la desigualdad? Hastía la sobreabundante información. ¡Necesitamos ya medidas efectivas, afectivas, inmediatas y prácticas!

Exijamos hoy una educación que no eluda el estigma de la desigualdad. Demonizar el feminismo es una canallada moral; consentir manuales de aula estereotipados, otra. Al igual que ahondar en la historia, la biología o las matemáticas marginando el protagonismo de la mujer. ¿Y qué decir de aquellos solemnes educadores incapaces „¿o incapacitados?„ de abordar dramas como el de la violencia de género? Dirán que es cosa de la EpC o la Ética. ¡Ah! ¡Cuánta estulticia! ¡Mentamos a la bicha sólo para escaquearnos de nuestras responsabilidades! Y a continuación ironiza uno sobre la considerada «educación en valores». ¡Vaya panorama!

Pues ya es hora de poner los puntos sobre las íes. Que este día sirva para izar la bandera de la igualdad. Alcemos la voz frente a los cómplices de la violencia de género: unos porque cuentan chistes sexistas; otros asépticos ante tal escenario; tantos que permiten distingos entre chicos y chicas, perpetuando clichés; en definitiva, todos ellos „y más, muchos más„ convirtiéndose en cobardes compinches de la violencia de género.