Originariamente, la empresa hitleriana sobre Rusia buscaba ganar los campos de Kiev, por entonces ricos en petróleo. Luego se empantanó con una invasión en toda regla que acabó como lo hicieron todos los intentos europeos por colonizar la estepa rusa, en un desastre. Ahora, en el último momento, el nuevo intento de llegar a Kiev ha resultado frustrado. Ucrania ha dado el portazo a la UE. Y sin embargo no parece que se haya invocado el interés ucraniano. Lo que se ha invocado para denunciar el Tratado de Asociación con la Unión Europea ha sido ni más ni menos que la seguridad nacional. En suma, Kiev, esa lejana capital que fundaron los normandos, tiene más miedo al socio ruso que aprecio a todas las ventajas que pueda reportarle la UE. Los peligros de disgustar a Putin son más ciertos que los beneficios que puede ofrecerle el amigo europeo, suponiendo que sea un amigo y que sea europeo.

Sabemos desde hace mucho tiempo que Rusia es una razón geoestratégica propia y autónoma desde que Alexander Newski paró a los caballeros teutones prusianos. Sabemos que su ratio imperial no tiene parangón en Euroasia. No en vano el nombre de su dinastía era Romanov y no por un azar sus reyes se titularon zares, la última derivación de césar. La razón sustantiva rusa pudo transformarse bajo la oleada comunista como pudo fortalecerse bajo la oleada ilustrada europea, pero bajo un modo u otro posee una impronta imperial que sólo por los azares de la vida „y por la obra de fray Junípero Serra, que se colonizó él solo toda la costa de California„ no pasó de Alaska. Frente al poder blando de la UE, que regresa de una aventura colonial de medio milenio, Rusia mantiene intactas sus pulsiones imperiales y amenaza con gran capacidad coactiva a sus viejos socios. Defenderse de sus amenazas es algo que no se puede lograr con la ayuda de Europa.

A Ucrania le ha lanzado Rusia cinco ataques comerciales tan duros que la ha dejado ante una crisis económica de la que sólo podrá salir a la española, con una devaluación de más del diez por ciento de su moneda. Le vende el gas más caro de la región, le ha dejado de comprar aviones, ha subido los aranceles del acero, ha cambiado la calificación de sus productos de importación hasta declararlos «arriesgados» y, lo que es peor para rusos y ucranianos, le ha dejado de comprar bombones de chocolate, lo que como es bien sabido constituye una dieta antidepresiva. Pero este país, casi del mismo tamaño que España, en lugar de vincularse a un socio como Europa „que, por duro que sea con sus cuotas de exportación de cereales, no rozará la opresión que Rusia impone a su antigua república hermana„ ha preferido a pesar de todo entregarse de pies y manos a un Putin que, no por haber ganado, aliviará el freno y el dogal.

La pregunta es sencilla: ¿habría sucedido esto en una época más gloriosa de la UE? Francamente, creo que no. El mensaje que se extrae de este hecho es que Europa ha dejado de tener fuerza expansiva en sus fronteras, ha dejado de producir efectos favorables en esa franja de países que, de mantenerse bajo la bota del grupo que gobierna Moscú, están condenados a una inestabilidad económica, social y cultural indiscutible. No sólo se trata de que la UE no sea atractiva como federación de países. Se trata de que no sea fiable. Frente a un órdago ruso, nadie se cree que Europa vaya a echar un pulso. Si no está en condiciones de mostrarse solidaria con los países con los que tiene firmados contratos, con el grupo de amigos que apoyaron la integración del Este europeo para crear un colchón donde antes había un telón de acero, ¿cómo van a pensar los ucranianos que la UE le echará una mano para resistir la tensión con Rusia? ¿Es un azar que al tiempo que escuchábamos el portazo de Ucrania viéramos a Putin en Ankara? Si Rusia busca el mar Negro por Turquía, entonces Ucrania ha perdido todo su valor estratégico para el gas ruso. La consecuencia es clara: Kiev cede.

Es un grave error que la influencia europea no llegue ni a Ucrania ni a Turquía. Pero cuando es un error todavía más grande eliminar todos los equilibrios internos „los que hacen verosímil que ésta sea una unión de intereses recíprocos„ aquél de perder peso en los espacios vitales para los europeos que todavía se bañan en el viejo Mediterráneo parece no sólo un error menor, sino una consecuencia inevitable del verdadero problema. Pero la naturaleza de estos fallos muestra por sí misma que en modo alguno podrán corregirse con el resurgir de las naciones. Cuando el mundo ya ha cristalizado en grandes espacios, las naciones son lo que son, el horizonte mediocre de la forma Estado, ella misma condenada por la historia. Por lo demás, que no se diga que la clase de burócratas de Bruselas es odiosa. Basta mirar a la clase de los políticos nacionales para darnos cuenta de que no lo es menos. No veo en Martin Schulz nada de odioso, o por lo menos nada ni remotamente parecido a lo que veo en Bossi, en Marine Le Pen, en Berlusconi o en Geert Wilders

Las evidencias de la interdependencia están a favor de Europa, pero los que se asientan sobre estas evidencias no deberían asumir que ya se trata de un sentido común conquistado para siempre. Tenemos experiencias decisivas para darnos cuenta de que la alianza de política y sentido común es demasiado frágil como para dejar sin defensas adecuadas las posiciones razonables. De la misma manera que Ucrania queda condenada a organizarse sobre hábitos de insolvencia si sigue anclada a Rusia, así los demás países quedarán entregados a derivas regresivas si pierden el referente europeo. Nosotros lo sabemos demasiado bien; nosotros, que justo por la referencia europea nos hemos liberado de una doctrina Parot en sí misma inviable; de la misma manera que hemos tenido que cambiar las leyes hipotecarias o detener las leyes urbanísticas por los recursos puestos ante los tribunales europeos.

Lo que viene de Europa no es que sea bueno por ser europeo. Es bueno porque es bueno, y por ser en general más avanzado y razonable que las grotescas costumbres patrias, los tics y estilos de sus gobernantes, como esta salida del ministro del Interior y sus multas abusivas y absurdas a los que sólo quieren expresar que no confían en este Gobierno. Por eso mismo, en un mundo en el que no se atisban horizontes claros y donde el aventurismo político va a estar encima de la mesa como oferta creciente, es preciso extremar la defensa de todo lo que el proyecto europeo tiene de razonable y de garantía de una humanidad europea no regresiva. Y por eso la construcción de una Europa equilibrada debe pasar a primer plano de la agenda, para no dar lugar a que el Parlamento Europeo con más poderes de la historia sea controlado por los que no creen en él, ni en nada de lo que significa Europa o el parlamento.