Para recupar la política -la gran olvidada de Fabra- hace falta dinero. Y para obtenerlo -es decir, para que el Estado devuelva lo que es justo-, hay que dar la vara en Madrid. La capacidad política se pierde porque las cuentas valencianas están exhaustas y de ese fatalismo, paradójicamente, parte el único discurso político de Fabra: el del cambio del modelo de financiación. O se reforma el sistema o la Generalitat no puede vencer la inercia del gasto, tal y como se concibe en el marco actual. El contrasentido está dibujado. Sin dinero es difícil elaborar política. A no ser, claro, que se confeccione una política basada, precisamente, en la reivindicación de ese dinero. En eso está Fabra. Y ése es, por ahora, su único relato político. Inevitablemente, para sustentarlo, hay que acudir a tribunas de Madrid y ejercer el juego del poder -hacer valer los dominios territoriales- o el de las complicidades.

Es posible que, en la coronación de hoy en Madrid, con Rajoy como escudero y con la plana mayor del PP valenciano de oyente, comience la nueva etapa de Fabra. Sin Madrid no se es nada, lo saben hasta los empresarios más rústicos. Y las políticas valencianas están en gran parte subordinadas a la fuerza que desaloje el inquilino del Palau en la capital de los ministerios. Para ganar presencia hay que lamentarse menos y ganar en rotundidad. Es cierto que la autoridad de Fabra está mermada por su acceso al Palau de la Generalitat. Entró por la puerta de la sustitución y no por la puerta de los votos. Aún así, cunde la sensación de que está llegando tarde y de que no está revertiendo la condición subalterna de esta autonomía. El «consejo de sabios» no ha ayudado en ese sentido, por cuanto parece que el Consell avala la recentralización del Estado. La dirección contraria es la más inteligente: si se empieza diciendo que se devolverán competencias al Estado en lugar de arrancarlas, ¿cómo sostener la tensión -no digo ya sembrar la alarma- cuando se reclaman los déficits históricos en una negociacion? Es una actitud de entrega, no de desafío. Fabra ha hecho más concesiones similares con ese sello, que lleva el desdén de la autoestima. Ha adelgazago los órganos estatutarios -lo que equivale a adjudicarles un papel secundario y dañarles su reputación-, cuando económicante no resolvía nada. O se ha empeñado en disminuir el número de diputados, una politiquería electoralista que conduce al desdoro y que financieramente es estéril.

En su «cumbre» pública de hoy con Rajoy, Fabra tiene dos posibilidades. La de plantear, alto y claro, al jefe del Gobierno, la metamorfosis del modelo de financiación, indispensable para pagar los servicios básicos y huir de la quiebra, o escurrir el bulto y dedicarse a manufacturar fuegos florales por la senda de la patria, la fe y el amor. Nadie en el PP valenciano -y hoy rebosará Madrid de altos cargos indígenas- entendería esa segunda opción. Sobre todo cuando la espuela de Montoro vuelve a apretar el pescuezo de Fabra, estos últimos días, debido al objetivo del déficit: los valencianos serán los más incumplidores y, por tanto, habrá que presentar nuevos ajustes. ¿De qué partidas? ¿Cómo se pueden pedir más esfuerzos si la Generalitat está exánime? ¿Y por qué, si existe un desajuste previo con el Estado que, año tras año, estrangula las cuentas públicas y sobre el que echan pestes todos los agentes políticos y económicos valencianos? Pregúntenselo hoy a Rajoy.