El otro día descubrí como pululaba sobre mi azotea un dron articulado con una pequeña cámara de vídeo adherida a su tripa. Seguro que al acabar de tender la ropa, esas imágenes estarían colgadas en Youtube. Nuestro pequeño mundo cotidiano puede ser retransmitido en directo. Y si eso lo hacen con nosotros, ¿qué me dicen de lo que pueden hacer algunos poderosos con el mando a distancia dando órdenes de forma aleatoria para pasar el rato?

Imaginen, por decir algo, que el presidente Fabra es un dron de Cospedal y ésta, a su vez, un dron teledirigido de Rajoy. La presidenta manchega, desde su casa, cursa órdenes diferidas a sus satélites del partido. González Pons y Floriano, vaya par de estrategas, se ponen enseguida manos a la obra a pergeñar un argumentario inverosímil, reiterativo y contradictorio con lo dicho la semana pasada para servir, junto al café, a los periodistas que peregrinan a Génova en busca de un infructuoso titular original.

Por su parte, en este absurdo juego de drones, nuestro presidente, el más locuaz de la democracia española, seguro que está guiado con mano diestra por una Merkel, que controla a la perfección a varios mandatarios que orbitan en torno al euro. Ellos acatarán sus órdenes sin rechistar hasta que se les agoten las pilas. Nadie descarta que la canciller alemana no sea también una política sometida a radio control por cualquier jefe de sección de la NSA, que se entretiene con ella en sus horas muertas en un pasillo frente a la máquina del café.

Lo peor para toda esta cadena de mando aéreo es que la partida de los drones valencianos ha salido defectuosa de fábrica. No saben qué hacer con ellos. Aquí todo ha ido fatal: tenemos el doble de casas por vender que Cataluña y Andalucía, con más población y kilómetros de costa que nosotros. Como somos pioneros en todo, hemos cerrado íntegramente un sector industrial, haciéndonos el haraquiri audiovisual, jugando al escondite con la normativa legal, y hemos desvalijado bancos a plena luz del día para completar la lista de despropósitos autóctonos. Así, muchos drones valencianos están siendo inspeccionados en los talleres del TSJ para ser retirados del mercado. Algunos de ellos pedirán luego el indulto para salvarse de la quema. Apostados a la puerta de un juzgado nos pedirán por compasión una firmita y nosotros, ¡qué tontos!, nos la quitaremos de la sanidad y de la educación públicas, para socorrer las necesidades del desalmado de turno.

Falta saber si los ciudadanos, muchos de los cuales votan por control remoto, también se han dado cuenta realmente del estropicio social al que hemos asistido. Hemos querido volar más alto que ninguno y nos hemos estrellado en un descampado cualquiera. Sólo nos queda vender, al mejor postor, algunas piezas sueltas de los dichosos artefactos.