Al menos los estertores fueron para verlos. Una televisión doblemente tomada: por los trabajadores y por la policía con mandato judicial. Y, por contra, los que siempre la han tenido a su disposición, los únicos que, desde que anunciaron lo que finalmente se ha producido, no han rascado bola. Es más, han recibido una rasca equivalente a la que tendrían que haberse llevado en unos cuantos ejercicios. Ahora ya... Si, a lo largo de su existencia, los informativos de esta cosa pública hubieran atendido los desmanes generados a su alrededor y las angustias derivadas hacia el personal una diezmillonésima parte de la cobertura que le han dedicado estos días a su situación, es posible que ese diminuto soplo de credibilidad le hubiese reportado al invento algo de vida. Pero llevarse hasta el estudio, unas horas antes del adiós, a la presidenta de la Asociación de Víctimas del Accidente de Metro de Valencia para interpelarla sobre el caso omiso que se le hizo como si fueran ajenos, e intentar congraciarse en medio de una emboscada de aplausos, resultó vomitivo a pesar de la entereza mostrada por Beatriz Garrote, de la que tuvieron que escuchar lo siguiente tras sacar fuerzas de donde no tenía: «Apenas unas horas después del accidente, cuando enterrábamos a los familiares o estábamos en los hospitales, ya se repetía desde aquí constantemente que el accidente fue imprevisible e inevitable. Nuestra voz ha sido una de las tantas que se han callado, al igual que la de los colectivos de dependientes, los afectados por la hipoteca... pero nos pareció dramático que un accidente con 43 muertos no hiciera reventar la burbuja de mentiras que nos contaban». Y ninguno de los presentes fue para decir ¿pero cómo vamos a extrañarnos de lo que ha ocurrido? Continuaron con los aplausos y lanzando consignas contra la única aberración existente, que es la de este cierre. Darles crédito cuesta horrores. Como siempre.