Lo que más sorprende del caso Berlusconi es que haya durado tanto, si es que el futuro no nos depara todavía algún ritornello (probable que sí). En realidad, no lo ha echado el electorado, en el que mantenía una ancha franja, sino los jueces, un estamento que en Italia parece depositario de la decencia. Berlusconi encarna el fenómeno del caudillismo más o menos democrático, nutrido por una mezcolanza interclasista, con predominio de la clase media, que se siente mal sin saber por qué, detesta a los partidos, no tiene criterio en casi nada, y ve en el caudillo no tanto a un redentor de los males de la patria como a un fustigador del sistema político. Una vez establecida la conexión eléctrica con el caudillo, el adherido, que no recibe ya por otro canal, queda pegado a él. Berlusconi tenía, además, el poder mediático para asegurar a través de las ondas su dosis de descarga a los abducidos.