Antiguamente, África, también llamado, sin la menor xenofobia, el continente negro, empezaba en los Pirineos. Incluso hubo una revista católica fundada por los misioneros combonianos, llamada Mundo negro, a la que un servidor estaba suscrito. Ahora se puede leer en internet.

En Valencia, gracias a Bioparc, ha nacido uno de los más genuinos representantes del continente negro. Es un bebé de bongo oriental, antílope en peligro crítico de extinción. Sus padres son un macho belga y una hembra de Jerez, unidos en feliz y solidario coito animal. La explosiva combinación de la sangre belga y la andaluza puede que haya regalado a la humanidad un bebé „luego adulto„ inclasificable en el libro Animalium Specierum, de Linneo.

Hay varios recursos para admirar los animales de África. Visitarlos en las reservas del continente, comprar alguna película en DVD (las mejores son Las minas del rey Salomón, Mogambo y Tanganika), ver los documentales de televisión „la desdicha es que no hay manera de librarse de la emigración anual de los ñús„ o pagar la entrada a una casa de fieras (según la terminología pretérita) o a Bioparc.

Esta última decisión es la más aconsejable. Ahorra el dinero de un viaje a África, vacunarse, sufrir las picaduras de todo tipo de insectos y dípteros, o soportar un calor africano. Además, la banda sonora de los animales (inquietantes rugidos, ladridos, interjecciones y gruñidos) impide dormir en los hoteles au bord de la forêt. Cuando los hipopótamos están en celo, sus bramidos sobrecogen, como lo testimonian Grace Kelly y Clark Gable en Mogambo. La escena contiene obvias insinuaciones sexuales en los diálogos, por culpa de los hipopótamos.

Las ventajas de acceder a un zoológico moderno, exquisitamente cuidado, pedagógico y respetuoso con los animales más o menos salvajes

„a no mucha distancia de los tragicómicos animales humanos„ son muchas. Parafraseemos aquel dicho: «Si el ser humano no va a África, los animales de África deben presentarse en sociedad al ser humano animal». Hay que entender, sin embargo, que África no sólo es su rica fauna, en peligro de extinción o con algunas de sus especies de película ya finiquitadas. África también es lo que publica Mundo negro: personas en peligro de extinción y hambrientas.

El otro día estuvimos, de nuevo, en Bioparc. Estaba nublado. Parecía que iba a llover. Y llovió. Pero también llueve en África, o por lo menos en Mogambo. Por culpa de este fenómeno meteorológico se le moja la blusa a Ava Gardner y está más guapa que nunca. La lluvia siempre embellece a las mujeres. Si nunca hubiese llovido en África, David Livingstone jamás hubiera descubierto las cataratas Victoria. Ni la literatura habría recreado la sabana y los humedales; ni la isla de Madagascar, protagonista indirecta de Un capitán de quince años, de Julio Verne.

¡Cuánto nos gusta mirar a los rinocerontes, jirafas, leones, antílopes (en su estado natural y no transformados en abrigos, americanas o zapatos), búfalos (que antaño vendieron su nombre para una crema de lustrar los zapatos), hienas (la risa más histérica

de la selva humana, sólo comparable a las de los cocainómanos), leopardos, elefantes y gorilas! Ahora que muchos jóvenes y niños creen que el pollo es un filete pálido envasado en una bandeja; o que el burro es algo que vuela gracias a Harry Potter, el carácter educativo de instalaciones como el Bioparc es innegable.

¡Bienvenido a la vida, estimado bongo oriental!