Ultimamente oímos a mucha gente decir que pasa de la política, particularmente a los más jóvenes. La mayoría expresa así la indignación hacia un contexto político que no ha sabido dar respuesta a la crisis que vivimos y que incluso en cierta medida ha contribuido a agravarla. Cuando cada día nos despertamos con un nuevo político encausado o con una nueva entidad valenciana en crisis o cerrada no resulta extraño que tanta gente afirme que pasa de la política.

Sin embargo, los datos indican que ahora es cuando la gente no está pasando tanto como dice de la política. Los barómetros del CIS lo vienen destacando desde hace un tiempo. En el de noviembre, cuando se pregunta a los encuestados por «el principal problema que existe en España», los datos dejan pocas dudas. El principal problema, como no podría ser menos, es el del paro, con un porcentaje agregado de respuestas del 56,5. Pero los dos siguientes problemas son «la corrupción y el fraude» (11,6) y ya directamente «los políticos en general, los partidos y la política» (11,2). Y esto incluso por delante de la situación económica (9,7) y muy por encima del resto de problemas, como: la educación (1,0), la crisis de valores (0,8) o, nuevamente, «el gobierno y partidos o políticos concretos» (1,6). Los datos son rotundos. El problema de la política y los políticos ocupa de por sí un lugar destacado (11,2 + 1,6); pero si además tenemos en cuenta que una parte mayoritaria del problema de la corrupción tiene también hoy origen político y que el debate sobre la economía pasa ahora en gran parte por medidas políticas, el resultado es que la política constituye el segundo problema más recurrente para la población española según los datos del CIS.

Siendo tan alto el nivel de preocupación con la política, resultaría extraño que luego la gente no hablara de ello. Esto nos convertiría en mudos respecto al segundo de los problemas del país, lo que resulta poco plausible. Es probable, pues, que si escuchamos decir a alguien que pasa de la política sea después y no antes de haber hablado de ella. Y hablar de algo, aunque sea para expresar en determinado momento que pasas de ello, significa que no pasas tanto. Pasas de algo cuando no hablas de ello, cuando no te preocupa o apenas te paras a pensar en ello.

Hasta aquí los datos. A partir de ahora, los juicios, un campo más movedizo pero necesario si queremos sacar conclusiones o lecciones útiles. Y lo que quisiera sugerir es que si hoy la política se ha convertido en algo que preocupa tanto y a tantos no es por hablar ahora de ella, sino más bien por no haberlo hecho cuando tocaba. Y de qué se hablaba entonces. Pues aunque no salga en los barómetros, creo que todos nos acordamos: de los grandes proyectos y eventos que iban a hacernos famosos en el mundo entero y traer riqueza a todos. Se nos llenaba la boca de nombres como Alinghi o Ferrari, y todos teníamos que saber y hablar de navegación, de motores y de swings, so pena de parecer mohínos si no nos entusiasmábamos.

Fue entonces cuando no hablamos de política. Si uno apuntaba que esos grandes eventos no eran los que debían ocupar a la política y que nuestros impuestos debían ir a otras causas, te miraban con mala cara: ¡ya está el aguafiestas! Si además osabas llamar la atención sobre los primeros signos de corrupción, te acusaban de malpensado o, si insistías mucho, de alarmista antisistema. Fue entonces cuando miramos hacia otro lado, cuando no quisimos hablar de política „ni de educación, inversiones de verdadero futuro, discapacidad, ciencia e investigación o de cultura„ y preferimos disfrutar de la fiesta.

De este silencio no se pueden dar datos de barómetro alguno. Pero si la sociedad valenciana es honesta consigo misma y no quiere volver a engañarse, debe reconocerlo. Y es crucial hacerlo porque aquí reside una importante lección política que no conviene olvidar.

Una sociedad democrática tiene que hablar siempre de política y en el mejor sentido de la palabra: el debate honesto y abierto sobre el bien común, sobre aquellos asuntos que configuran la vida colectiva y el futuro de todos. Sobre el destino riguroso de los fondos públicos, que son de todos, y la atenta jerarquía de los bienes colectivos a los que deben destinarse. Y debe debatirlo con rigor; desde la discrepancia legítima, pero también desde la cooperación constructiva en un proyecto de vida compartido. Una política que ennoblece a quien la practica y que a la larga trae para todos la prosperidad, aún pequeña, del esfuerzo sostenido. La fiesta debe empezar sólo cuando acaba el trabajo y pagársela cada uno de su bolsillo. El de todos debe reservarse siempre para fines y causas mejores.

Cuando no se habla por interés de la buena política se acaba hablando por necesidad de la mala política. Si enmudecemos, otros se toman la palabra€ y seguramente algo más. Se toman incluso una parte del futuro de los jóvenes que dicen pasar de la política sin darse cuenta del grave error que ello entraña. Aprendamos la lección: en democracia tenemos el derecho pero también el deber de participar en las decisiones de la vida en común que nos afectan. El deber de conversar y de escuchar hablar de política, de debatir de política, de la política de verdad, con mayúsculas. Siempre con ánimo constructivo. Hablemos pues siempre de política.