Asco: impresión de repulsión física o moral causada por alguna cosa. Ganas de vomitar.

¿Hay alguna otra palabra que puede describir mejor lo que uno siente, lo que debe sentir cualquier persona con un mínimo sentido de la decencia frente a las continuas revelaciones periodísticas sobre el caso Gürtel o las más recientes en torno a la batalla por Caja Madrid?

El lenguaje soez de los mensajes enviados por dirigentes de distintos sectores del partido en el poder y sus amigotes en sus intentos por hacerse con una parte del botín, las órdenes nada disimuladas para colocar cada cual a sus peones en puestos directivos de diferentes empresas, todo ello atestigua de la catadura moral de algunos, demasiados, de quienes nos gobiernan.

¡Qué personajes, Dios mío! Individuos que se hacen fotografiar junto a las piezas de caza mayor cobardemente abatidas, que presumen de sus mariscadas en la Costa Azul o de los excesos de velocidad alcanzados con sus bólidos, que se compran viviendas a través de empresas sitas en paraísos fiscales; hijos de algún expresidente del Gobierno que abroncan a quienes no pueden o quieren devolver servilmente, como tal vez se esperaba de ellos, los favores a quien los colocó en su día en puestos que en ningún caso merecían.

Y todo ello mientras en un sinfín de municipios de nuestra geografía, grupos de vecinos desesperados protestan diariamente con pancartas y se desgañitan ante empresas y ayuntamientos insensibles a sus quejas porque se han quedado sin trabajo o, si lo tienen, hace meses que no cobran, porque los amenaza un desahucio, pasan hambre en sus casas o no pueden pagar ya el recibo de la luz y les anuncian para colmo nuevas subidas.

Ha escrito algún diario que Caja Madrid era un cortijo. No sólo Caja Madrid, el país entero parece haberse convertido para algunos en un enorme cortijo en el que entrar a saco.

Fiscales anticorrupción que parecen a veces oficiar de abogados, una justicia tan desesperadamente lenta que deja que se pudran muchos procesos y prescriban los delitos. O jueces, sin embargo, bien dispuestos a quienes con el menor pretexto les ponen palos en las ruedas.

Un Gobierno al que sólo parece ocurrírsele medidas represivas, entre ellas una ominosa ley de seguridad, cuando demasiada paciencia está demostrando una ciudadanía cansada de que no se la tenga en cuenta para nada y que en ningún caso cuestiona las a todas luces injustas estructuras sino que sólo pide un reparto algo mejor de la riqueza generada.

Políticos que parecen sentir sólo desdén por la ciudadanía, a la que quieren hacer comulgar con ruedas de molino al tratar de convencerla de que vive en un gran país y de que todo lo que ellos hacen „desde las privatizaciones de servicios hasta la reforma laboral„ es sólo por su bien.

Y, todo hay que decirlo, demasiados ciudadanos a los que sólo parece preocupar el daño que la Comisión Europea puede hacerles a sus equipos favoritos si se demuestra que recibieron ayudas ilegales de las arcas públicas. Y todo un ministro de Exteriores que se declara dispuesto a plantarle cara a Bruselas en ese tema y defender así el honor de la marca España.