D el Mediterráneo occidental al Cono Sur, los hay que se empeñan en que España acabe como Argentina. No me refiero a la ciudadanía „víctima de este desaguisado„ ni a la prensa, sino a una clase política ensoberbecida e incompetente, cuya única motivación es perpetuarse en el poder y a la que resulta ajeno cualquier criterio de lógica. Un país que se ha incorporado a la cultura europea con cierto éxito en los últimos años „entre otras cosas, porque España también es El Prado„ se deshace allí donde no ha llegado la internacionalización ni rigen los principios de la competencia: la industria exportadora, por así decirlo, frente a los hábitos de la partitocracia con sus cortijos a sueldo. La fuga de cerebros „cuyo eje es el talento y el mérito„ adquiere proporciones simbólicas: no hay I+D que se materialice en el entorno tóxico de la indiferencia. Una España dividida entre la desesperanza y el malestar, que asume la fractura social como una consecuencia de los intereses de determinadas élites. De este modo, la penuria de muchos constituye el pan para unos pocos, configurando un caldo de cultivo propicio para los populismos y la demagogia. Las mentiras necesitan un cierto sustrato de verdad para arraigar en un país. Diríamos que nada puede crecer en el vacío.

La España del Cono Sur es la de la subasta eléctrica, o lo que es lo mismo, la de una deflación mendaz que actúa en un único sentido. Salarios escasos junto a unos servicios básicos disparatados, tanto da si es el precio de la vivienda, el agua, la sanidad, el transporte público, la gasolina, los postgrados académicos o la luz. En un gesto de apremio, el ministro Soria ha suspendido la última subasta eléctrica cuando él y los ministros anteriores del ramo „al menos desde la época de Aznar„ son responsables del fraude de la electricidad, cuyo déficit tarifario resulta tan incomprensible como el número de expolíticos representados en los consejos de las grandes empresas del sector; una lista que incluye a Pedro Solbes, a José María Aznar y a Felipe González.

El Cono Sur también se refleja en los correos de Miguel Blesa, que destripan no tanto la corrupción económica como el way of life de las elites del país. Ni liberalismo ni inteligencia, sino un cortijo casi feudal de ordeno y mando, junto a la mentalidad servil del que se ampara en una hidalguía de favores debidos. Si en alguna ocasión se ha dicho que en España la izquierda lee mal y la derecha no lee, los mails cruzados de Caja Madrid nos confirman la incapacidad de cierto conservadurismo nacional para trascender una concepción caciquil „que no aristocrática„ del poder. No deja de ser paradójico que, a la luz de informaciones aparecidas, Blesa aparezca como alguien más sensato que sus superiores políticos y que, por otro lado, se refuerce la convicción de que en nuestro país, a diferencia de otros, el progreso se asocia a un menor peso de la burocracia política.

Han sido los gobiernos los que han generado las burbujas que amenazan con destruir el bienestar común: ellos facilitaron el acceso al crédito tóxico mediante sus cajas de ahorros; dispararon el precio del suelo y de la vivienda; pergeñaron mercados sin libertad efectiva, caso de las eléctricas; y propiciaron una burocracia monstruosa e inoperante. Mientras tanto, se desvalija a los trabajadores para favorecer a los habituales grupos de presión. La España competitiva, la que exporta y gana mercado internacional, ha aprendido a sobrevivir de espaldas a la clase política. Me importa poco cómo la adjetiven: añadan local, autonómica o nacional a la formulación inicial.

En contra de lo que sostiene la izquierda, nos empobrecemos no como consecuencia de la libertad económica, sino a causa de todo lo contrario. Algunos llaman «libre mercado» a la ficción de las cajas de ahorro, a las subastas eléctricas y al caciquismo interesado de la partitocracia. Pero ese es otro asunto, según hemos podido comprobar día a día en estos últimos siete años. La mala política termina lastimando a la mayoría.