Cuando todavía este era un país de tartanas, los viajes en autobús se hacían eternos. Eran los llamados coches de línea, o de punto, que paraban en aldeas y recodos. Según relata mi buen amigo José Ignacio Gironés „gran diseñador gráfico„ le contaba su padre que, en una ocasión, en el autobús que hacía el recorrido Ontinyent-Valencia, en la compañía llamada «La veloz» que por supuesto, no hacía honor a su nombre, tuvieron que transportar un ataúd vacío. Como no cabía en ningún sitio, lo colocaron en la baca e iniciaron el viaje. Antes, un viajero espabilado que se veía sin asiento „se viajaba entonces sentado, de pie o en el suelo„ decidió no esperar su turno de subir al interior del autobús y, ante la lluvia pertinaz, se metió en el ataúd. En la siguiente parada, la tapa del féretro se abrió justo cuando se estaba produciendo el normal trasiego entre viajeros. El pasajero que viajaba confortable en el ataúd de interior acolchado, la abrió y preguntó en voz alta: «Encara plou?». No se conoce cuántos salieron corriendo, cuántos gritaron, cuántos permanecieron inmóviles. Lo que sí se conoce es que la historia ocurrió y el viajero al más allá, al constatar que todavía llovía, cerró la tapa y continuó su viaje.

Este año que se acaba, he preguntado muchas veces si aún llovía: despidos, desahucios, recortes en sanidad, educación, servicios sociales, cultura, subida de impuestos a los que menos tienen y protección fiscal y amnistía a los que más, tarifas eléctricas desmadradas y, como puñetero fin de fiesta, condena a las mujeres de a pie (a las otras no: ni a Londres fueron, ni van ni irán; hay clínicas de nombres muy conocidos donde se les practicará aborto si lo precisan y se les facilitará confesión, todo por el mismo precio) a una regulación del aborto propia de Torquemada. Nos queda mucho por penar con los gobernantes marioneta de mercados y mercaderes que padecemos. A pesar de todo, y de lo que llueva y quede por llover, feliz 2014.