Parafraseando al poeta Blas de Otero, si durante años perdimos el tiempo, si llegamos a extraviar la voz con la impostura, ahora, nos queda la palabra. Paradójicamente, con el silencio impuesto nos queda la palabra. Hoy, cuando ha pasado un mes desde que RTVV fue desconectada; cuando hemos podido ver el rostro impasible del Govern y uniforme de la mayoría popular en las Corts Valencianes, otrora defensores de los medios de comunicación y valencianistas; cuando los periodistas, por fin, han podido abrir sus labios hasta desgarrar nuestros oídos, nos queda la palabra. Cuando lo que creíamos que era nuestro, resultó ser de otros; cuando lo que creíamos que era algo, resultó ser nada; y cuando lo que tenía que vertebrar el país y recuperar la lengua, quedó en silencio, nos queda la palabra.

También, hoy, al volver el tiempo del silencio sobrevenido, resulta que, más que nunca, las voces antes silentes vuelven a oírse. «Qu´en som molts més dels que ells volen i diuen», cantaba Raimon, y muchos más de los que, por lo visto, pensaban. Privarnos de unos medios de comunicación públicos, y en nuestra lengua, ha hecho reaccionar a muchos otros que no han querido permanecer en silencio. No hay justificación ante el cierre de este servicio público en base a la deuda acumulada por la mala gestión de décadas anteriores. La dimisionaria directora general, recién, anunciaba, la inflexión de los resultados negativos para este mismo año y los propios trabajadores planteaban un plan de viabilidad futura. ¿Por qué negarse a la negociación, siempre posible, cuando ambas partes la desean?

El derecho de los valencianos a un servicio público no puede verse perjudicado por la impunidad de unos cuantos que incumplieron las más elementales normas de gestión empresarial en el pasado. Las reiteradas invocaciones a la sociedad civil implican la obligación de manifestar nuestro parecer, en este caso, en favor de unos medios de comunicación públicos, en valenciano, independientes y de calidad, que sean viables financieramente. Por ello entendemos el cierre como un despropósito perjudicial para nuestra sociedad. Cuando el dial del receptor nos sitúe, sin escuchar sonido alguno, donde una vez estuvo Ràdio 9, o cuando el mando del televisor encuentre, aún sin proponérnoslo, el indicativo de Canal 9, también sin apreciar señal visible, sólo podremos escuchar el silencio de quienes llevaron al cierre el único medio de comunicación público en nuestra lengua. Una vez más, el escandaloso silencio de las «buenas personas» que dijera el tantas veces recordado Marin Luther King. Es como si, de pronto, se oyera el silencio „escribió José Hierro„ en este caso, el clamor del silencio.