Viendo en la tele cómo figuras de una de las superpotencias de la Liga felicitan las fiestas de un modo a cual más ridículo y que eso sirve para abrir más de un programa, mi cuñado dijo: «Cualquier día nos sacan sus deposiciones». Bueno, de los dos grandes en otro terreno de juego, ya nos las tragamos. La legión de seguidores de las formaciones en cuestión no contempla que se pueda transitar alejado de ellas y con devociones en exclusiva de colores ajenos. Los que lo padecemos bien que lo sabemos.

Por añadir flagelo, arranco el año cruzándome por la orilla del mar con Juande Ramos, el técnico bajo cuya influencia mi equipo conquistó lo que jamás pensamos que alcanzara ni en siete vidas que tuviésemos y, sin embargo, maldita la gracia que nos hace el gachó. Es la pena de los sufridores habituales: que, por mucho que se toque el cielo, algo dejará un regusto amargo.

El Valencia se encuentra en la encrucijada de saber qué será de él entre elementos de alto riesgo como una deuda de Champions; Bankia en la jugada; de mediocentro, una consultora; fondos inversión revoloteando; el presi haciendo de Celestina y un magnate de Singapur dispuesto a pillar. Teniendo en cuenta que los de fabricación casera son de exposición, sorprende que estos tipos llegados de los confines produzcan inquietud.

El que ha tomado el Cardiff es un doberman malayo. Acaba de fundirse al entrenador y, tras el primer gol sin él, saludó desde el palco como si lo hubiera marcado. Cuando, después de un dominio abrumador, el Sunderland empató a dos en el minutos 95, el tal Vincent Tan se quedó amarillo del todo. Y eso que no se corta. Nada más llegar a los Blue birds cambió el azul que lucía desde 1908 porque el rojo da buena suerte y, en lugar del pájaro, colocó un dragón.

No es por añadir más incertidumbre al entorno che, pero Singapur lo que significa es Ciudad de los leones. A ver si lo que quiere comprar Peter Lim es el Athletic.