Rajoy se ha pronunciado sobre la encrucijada de Cataluña con la meridiana claridad que le caracteriza. «Ese es un asunto sobre el que todos, sin duda, tenemos sentimientos. Unos tienen unos. Otros, otros». Ni Samuel Beckett podría superar esta cumbre del nihilismo. Dado que el resto de ciudadanos no puede permitirse la ambigüedad doctrinal del presidente del Gobierno, expresan sus posturas con alguna vehemencia adicional. Sin embargo, el causante del debate se ha sumado con sigilo a las tácticas evasivas de La Moncloa. El president catalán ha reculado aparatosamente. Artur Mas habla ahora de una simple «consulta», obviando el rango imperativo del referéndum y su inevitable vinculación con la independencia catalana.

Mas ha anulado de facto el referéndum del nueve de noviembre, pero se refugia con mayor energía en las palabras que en el ceremonial. Eligió el primer domingo de febrero para realizar sendas intervenciones mediáticas, en las que consagró el carácter consultivo de la cita con las urnas. Se expresó en estos términos ante Felipe González en el programa Salvados de Jordi Èvole. Incidió en la misma rebaja en una torrencial entrevista con Màrius Carol, director de La Vanguardia. Aquí se lee claramente que «convoco una consulta, no para declarar la independencia de Catalunya ni romper el Estado español, sino para conocer la opinión de los ciudadanos de este país».

El president catalán ha adulterado el hito que proclamó. Ha conducido el referéndum a la intrascendencia, una distracción dominical en el siempre tedioso otoño. Ni Artur Mas posee la ingenuidad suficiente para imaginar que esta maniobra le ganará el perdón de los poderes a quienes soliviantó con sus aspiraciones previas. La silenciosa apelación al seny consultivo tampoco arraigará en los sectores enfrentados por sus propuestas sin descafeinar. La soledad del poder sólo es desbordada por la soledad de la pérdida del poder. Hasta ahora, los independentistas y los españolistas únicamente coincidían en que el referéndum tenía un efecto disolvente, los primeros para propiciarlo y los segundos para evitarlo.

El peregrino Artur Mas emprende en solitario una tercera vía, el referéndum por si acaso. El derecho a decidir, que ocupa un lugar subordinado en el nuevo discurso del president de la Generalitat, es el derecho a decidir si se puede decidir. La benemérita propuesta de «conocer la opinión» de sus conciudadanos equivale a retrotraerse a un capítulo ya consumido de este relato. El líder de Convergència encabezó la petición de un referéndum porque creía conocer de forma indubitada la opinión que hoy ignora como si fuera una Infanta en apuros. Dos de las mayores manifestaciones de Europa suponían la espoleta para un proceso que ahora se pretende desactivar de tapadillo, ahorrándose así el arrepentimiento por haberlo iniciado.

En su nueva reencarnación, Artur Mas tiene que engañar simultáneamente a Rajoy y a Esquerra Republicana. Su lema recuerda el manifiesto de Berlinguer a Andreotti, en la singular convivencia entre comunistas y democristianos de la Italia de finales de los setenta, «no buscamos la crisis ni la tememos». El president de Cataluña ha dejado de buscar el referéndum. Ahora tiene que decidir, como el protagonista de Shakespeare en medio de la contienda, si le da más pereza retroceder o acabar de vadear la sangre derramada en el campo de batalla. En la versión postmoderna de los conflictos bélicos, se trata de inventar una excusa económica del calado suficiente para disuadir a los independentistas. Este planteamiento tiñe de nuevas irisaciones a sus citas secretas con Rajoy.

La trayectoria previa de Artur Mas no se corresponde con un perfil separatista, aunque la historia reserva el liderazgo de las grandes reformas a sus protagonistas más inesperados. El president se ha dejado arrastrar por la marea de dos 11S consecutivos, con una participación que en todos los sondeos le garantizaba cuando menos el empate de la propuesta más radical. La doble pregunta de lo que entonces era un referéndum debió alertar sobre el inicio de la retirada. Al igual que ocurre en unas elecciones, las ocho respuestas posibles a una consulta tipo test permitirían que las posturas intermedias y extremas se sintieran fortalecidas tras el recuento. Si los vaivenes de la Generalitat no son totalmente ingenuos, habría impuesto a los catalanes la tiranía moral de obligarlos a elegir, sabiendo de antemano que pensaba desoír su alineación. Como mínimo, Artur Mas atisba los riesgos de su navegación en solitario. «Los líderes que estamos impulsando este proceso nos la estamos jugando». Ni se imagina cuánto.