Aunque el lance pasara inadvertido, Mariano Rajoy desveló el otro día su estrategia para frenar, sin que se note, el proyecto de secesión de Cataluña. Apremiado a «moverse» por el expresidente de la Generalitat José Montilla, Rajoy dejó claro que a veces conviene ponerse en movimiento y otras no; que «no moverse es bueno» en ocasiones, si bien puede ser malo en otras. Por un lado ya tú ves: y por el otro qué quieres que te diga. En la duda, lo mejor es estarse quieto.

En realidad, Rajoy ya había hecho anteriormente este mismo elogio de la quietud, solo que de diferente modo. «A veces la mejor decisión es no tomar ninguna decisión: y eso es también una decisión», dijo ante el pasmo de la audiencia para justificar su negativa a pedir el rescate financiero de España. Fiel seguidor de su propia teoría, se limitó a quedarse quieto, desoyendo el coro de voces que le invitaba a reclamar el salvavidas de la troika: y lo cierto es que ese movimiento consistente en no moverse le dio buenos resultados. Tanto es así que luego repitió la jugada, con similar éxito, cuando arreciaba el caso Bárcenas. Gallego de lluvia y calma, Rajoy se mantuvo en estruendoso silencio a la espera de que pasase el temporal que, en efecto, acabó por amainar en los papeles y en los telediarios.

Ahora se dispone a aplicar el mismo método entre budista y zen al problema de disgregación territorial que plantea Artur Mas con su referéndum sobre la independencia de Cataluña. Al igual que en las anteriores ocasiones, son muchos los que le reprochan su parsimonia y le apremian a moverse, tal que hicieron el otro día en el Senado los exdirigentes autonómicos José Montilla y Marcelino Iglesias. Los muy ingenuos.

A esas urgencias tan alejadas de su carácter, Rajoy respondió con uno de los trabalenguas que ya empiezan a ser marca de la casa: «A veces moverse es bueno y a veces moverse no; a veces no moverse es bueno y a veces no moverse es malo».

Hay quien atribuye esta ambigüedad a los orígenes étnicos del presidente, oriundo de Galicia; pero lo cierto es que también el sevillano Felipe González dominaba con maestría tal técnica oratoria. Si el veterano socialista era experto en decir una cosa y la contraria o en sacar y meter a España en la OTAN, Rajoy ha depurado el método de tal manera que se limita a no decir ni hacer nada con la esperanza „hasta ahora, exitosa„ de que el adversario se canse de puro aburrimiento.

La estrategia presidencial evoca inevitablemente aquella figura del don Tancredo que se situaba en medio del ruedo sin mover un músculo, haciendo como que no veía al toro para que éste, a su vez, no reparase en él por muchas y espantables que fuesen sus embestidas. Puede parecer una astucia algo suicida, pero no es menos verdad que a Rajoy le ha valido para sobrevivir a dos derrotas electorales, varias conjuras dentro de su partido, tesoreros de mano larga y quizá a una crisis económica con más peligro que un miura. El último en intentar que el presidente se mueva es Artur Mas, pero, vistos los precedentes, bien haría el jefe de la Generalitat en armarse de paciencia. Todo aguante es poco con alguien que solo se mueve „sin moverse„ para que no lo muevan.