En Compromís circulan varias tesis sobre el papel que debe representar la coalición en el caso -aún lejano- de que la Generalitat cambie de color tras los escombros electorales del PP. Hablamos del famoso tripartito, esa antología de los horrores descrita por Castellano y los suyos y cuya imagen pretende embalsamar el Consell en el museo de la infamia hasta que se abran las urnas autonómicas, día de reflexión mediante. La tesis que cobra más fuerza en el seno dirigente de la coalición liderada por Morera/Oltra es la que se sedimenta sobre este dibujo: Compromís se quedaría fuera del Consell y concentraría la esperada explosión de apoyos en fortalecer su función política en las Corts. Es una opción cargada de futuro -como quería la poesía Celaya- aunque antes hará falta mucha pedagogía entre las bases y una persuasión masiva en algunos cuadros de mirada corta, obnubilados ante por la cercanía del poder. A Ximo Puig, el líder del PSPV, le recomienda la opinión publicada una cascada inagotable de variables para levantar el supuesto gobierno. De hacer caso a la afónica polifonía, antes de formar gobierno habría de pasarse por el psiquiátrico. Es como si el horizonte político de la izquierda consistiera en hallar el último enigma en la simbiosis de los quarks y renunciara a obrar un proyecto político sobre bases indefectiblemente reformistas. Una de estas lustrosas «invitaciones», que es divina, anima a Puig a pactar con UPyD y olvidarse de los líos «radicales» de Compromís. La sugerencia parte de la órbita de la derecha moderada en una conjunción de intereses con las terminales del dinero. Hay otras, claro, y algunas tan caricaturescas como estériles: la que relega a EU a un purgatorio en las afueras del Consell forma parte de uno de los universos admirablemente falsarios. Veremos tantas asociaciones políticas como colores. Incluyamos la escala cromática en la amplia gama de las cábalas, dispuestas sin duda a fulgir como reinas hasta mayo de 2015.

Lo veremos, digo, porque la izquierda en general no está pensando en conformar una mayoría parlamentaria sólida, sino en configurar un Consell que refleje esa mayoría parlamentaria como un retrato virtuoso. Es decir, se cavila más sobre el reparto del poder autonómico -y la galería de imágenes individuales bajo la estampa del Palau- que sobre la principal misión encomendada a la izquierda por el paisaje moral y ciudadano: la de recuperar para la política con mayúsculas unas Corts exánimes y abrasadas, y la de otorgarles el protagonismo perdido en alguna esquina de la historia. La fábrica de la política es el parlamento, fuente y apoyo del ejecutivo, máxima expresión de la deliberación colectiva. (No estaría de mas que entre los descuidos o desaciertos a corregir en la nueva etapa, se incluyera uno formal. Sus señorías podrían postergar los gritos histéricos y las dialécticas navajeras y niñatas, verdaderos núcleos agasajadores de la desafección ciudadana. El personal no cede su confianza para que sus representantes se la devuelvan hecha añicos y entre podredumbres y ofensas personales: menudo servicio público).

Carod Rovira dijo el otro día en Valencia que uno de los errores del tripartito catalán consistió en incorporar al Govern a todo el arco iris de la izquierda y sobre todo en descuidar el Parlament. ¿Para qué expresar su antagonismo en el hemiciclo y resolver sus lances programáticos si ya estaban discutiéndolo todo en los despachos del Palau? Acabaron trasladando los debates del Parlament al ejecutivo, privilegiando personalismos y relegando a la ciudadanía, y su erosión fue irrecuperable. Un desastre tras otro. Rovira aún concretó otra equivocación. La fijación por echar a CiU, que subrayó la tormenta de flaquezas y agitó el rechazo de los grandes poderes.

Insisto. Compromís no tiene ninguna obligación de integrarse en un posible Gobierno, ni tampoco lo desea. La coalición será dueña de una enorme llave en las Corts para proponer, inspirar o sugerir políticas, y si habita bajo palio en el exterior del Palau descargará las culpas en los «otros»: las montañas de damnificados ya no serán cosa suya. Desde fuera, oteará el horizonte convulso -ni un euro en la caja-, y estará en su mano marcar las directrices. Sólo ingresaría en el Consell en el caso de una debilidad determinante o de una equidistancia política incómoda.

Ésa es la corriente que más pesa en Compromís hoy. Si la aspiración logra someter las ansias de algunos dirigentes con prisas, no hay duda de que será la dominante en 2015. Adiós al tripartito en el Consell. En su lugar se paseará la imagen virtual esculpida por el PP desde las leyes de la persuasión. El simulacro sustituyendo a la realidad.

Y tampoco debemos olvidar lo elemental. Entre la zoología política que dibuja ese biotopo de intereses y estrategias, existe, antes que nada, la exigencia primitiva: el principal compromiso de la izquierda valenciana es el de dignificar la política, no el de tomar la vara de mando a costa de lo que sea, ni el de crear un amasijo de vísceras sanguinolientas con el legado del PP. A poco, claro, que la izquierda se crea su papel (iba a decir como sujeto histórico: queda retirado).