Las editoriales siguen arrojando al mercado títulos y títulos sobre el papa Francisco y los periódicos o los medios digitales mantienen un ritmo informativo que acaba de incrementarse con su primer año de Pontificado recién cumplido. Todo ello resulta inabarcable, pero si hubiera que seleccionar algunos elementos de su breve tiempo como papa nos inclinaríamos por tres menos citados: una imagen, una constante y un misterio. La imagen es la de su reconciliación con la Compañía de Jesús; la constante es la de su postura reequilibradora en la Iglesia, y el misterio es la adustez del cardenal Bergoglio convertida en jovialidad como pontífice.

La fotografía de su encuentro y abrazo con el superior de los Jesuitas, Adolfo Nicolás, fue captada en los primeros días de su pontificado. Puede parecer un abrazo más de los muchos que ha dado Francisco, pero en su reverso hay toda una historia y una reconciliación. Como es sabido, el jesuita Jorge Mario Bergoglio fue superior provincial de Argentina en tiempos complicados y en abierta contraposición al padre Arrupe y a su aliento renovador de la Compañía. El enfrentamiento continuó con el general Kolvenbach, y hasta el punto de que Bergoglio fue enviado „exiliado„ a Alemania cuanto contaba con 50 años. Al regresar, lo hizo como soldado raso, hasta que al cabo de unos años el cardenal Quarracino lo hizo obispo auxiliar de Buenos Aires, en 1991. Desde entonces hasta el pasado marzo de 2013, momento de la citada fotografía, Bergoglio había permanecido apartado de los jesuitas.

Por ello en el reverso de aquella instantánea se pueden percibir dos movimientos: el de un papa jesuita que vuelve a abrazar a su congregación religiosa, y el del superior de ésta, que viene a decirle «bienvenido de nuevo». Y tal vez en la mente de ambos había una especie de petición y de oferta de perdón recíproco, entre una orden que había castigado la disidencia „conservadora, en este caso„ y un miembro que se había aferrado al pasado. Tiempo después, el papa Francisco lanzó otro mensaje a los jesuitas en la entrevista que les concedió, y en la que reconoció que había sido un superior provincial de actos autoritarios. Hubiera sido un gesto apreciable que también la Compañía, de un modo u otro, hubiera explicado aquellos años en los que Bergoglio no fue una excepción, sino uno más de los jesuitas que se desconcertaron con los cambios de su congregación.

En cuanto a la constante reequilibradora de Francisco, los hechos cantan. Precisamente a los jesuitas les dijo aquello de «no os apeguéis a los trapos», en referencia a la excesiva importancia que ciertos sectores eclesiales le están dando a la liturgia tradicional, alentada por Benedicto XVI, aunque sin la nota propia de muchos tradicionalistas, que ven en la misa actual „la reformada„ un error, como otros muchos del Concilio Vaticano II. Aprovechar la liturgia tradicional para impugnar el Concilio es una postura «ideológica», les dijo también Francisco en la citada entrevista. Reequilibrio de la Iglesia es también su insistencia en los pobres o en la dimensión pastoral por encima de la canónica o la doctrinal. Cierto espiritualismo y una casuística dogmática han sido derivaciones no deseadas de los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. A ellos se les debe una doctrina clara y un reforzamiento de la identidad católica, pero ello no puede servir de coartada para que la Iglesia se atrinchere.

De igual modo, las prioridades del Vaticano habían dejado fuera de lo estrictamente recto cuestiones como la beatificación de monseñor Romero o el trabajo de los católicos en medios sociales profundamente injustos y necesitados de transformación material. Respecto a Romero, acaba de difundirse la noticia de que su beatificación podría celebrarse en 2017, centenario de su nacimiento.

Y en cuanto a lo segundo, el propio papa Francisco ha sido el que ha defendido recientemente a los curas villeros de Argentina, sacerdotes que trabajaban en las llamadas villas de la miseria. «Algunos dicen que son curas comunistas. No. Estos eran grandes sacerdotes que luchaban por la justicia», ha afirmado Francisco.

En cuanto al misterio de su jovialidad se basa éste en que fotos y vídeos registrados hasta muy poco antes de su partida al cónclave le registran como una persona de gran seriedad y de gestos faciales duros. Sin embargo, algo ha tenido que ocurrir desde que es papa.