El presidente del Valencia CF, Amadeo Salvo, afirmó ayer que, pese a la venta, el club seguirá siendo de los aficionados. No me lo creo. La entidad de Mestalla será de quien la compre, que para eso habrá puesto el dinero. ¿Alguien se cree que en el Chelsea no se hace la voluntad del magnate ruso Abramovich o que en el PSG francés no se mueve un folio sin que lo sepa el jeque que puso los cuartos? En un fútbol en el que manda el negocio y no los sentimientos, hay que ser muy cándido para dar a los seguidores un papel que hace mucho tiempo que perdieron. La conversión de los clubes en sociedades anónimas allanó el camino a los Jesús Gil, Lopera, Francisco Roig y compañía. El Valencia CF está empeñado hasta las cejas por la nefasta gestión de muchos de sus últimos dirigentes y por eso está abocado a venderse al mejor postor como única fórmula para asegurarse la supervivencia. Y el que venga, sea el sultán de Brunéi, el emir de Catar o un nuevo rico de Tomelloso, hará cumplir su santa voluntad. Lo demás, Amadeo, es marear la perdiz. ¿O es que su patrocinado Peter Lim iba a tirar de cheque sin meter baza?