Tengo de atender el concierto/celebración de los 25 años de Amores. Sin sombra de dudas, el mejor grupo de percusión de España toda. Y todavía me dura ese estado conectivo que las buenas experiencias artísticas dejan de poso.

No valen ya las medias tintas, esos barnices de tenue modernidad en que nada gran cantidad de propuestas de la llamada música «contemporánea» al uso. Hay que mojarse, como lo han hecho Amores asociándose al hacer del DJ Víctor Pérez, un músico capaz de convertir en discoteca de fervor y lujo un envejecido Teatro Principal. ¡Si los reverendos viejecitos de la Sociedad Filarmónica levantaran la cabeza! De una tacada todos los isorítmos posibles, con su machacona artillería electrónica, y su arsenal de efectos se enlazan sin solución de continuidad con breves piezas en dónde Cage, o Reich/Glass o el mismísimo Bach asoman. Y todo ello sin perder cada cual su aquel específico y su singular enigma.

Lo verdaderamente estimulante de este evento en sorprendente infusión es que a) no constituye un islote de novedad en un océano de rutinas, y b) todos los responsables de esta concierto transversal son vecinos nuestros implicados en administrar y enriquecer esa herencia inmaterial que constituye nuestro valenciano modo de vivir abiertos a los procelosos recursos novedosos que las tecnologías y sus usos nos proporcionan.

Sin ir más lejos, hace apenas un par de semanas el concierto que clausuraba un renovado Ensems „por vez primera centrado en propuestas de Arte Sonoro„ llenó este mismo Principal de situaciones de escucha inusitadas (plurifocalidad, obscuridad, músicos sonando al tiempo que se desplazan, o mueven los pabellones de sus sonantes tubos en aeropuerto, y otras técnicas extensivas instrumentales, etc.) y todo ello oficiado ¡por la Banda Los Feos de Buñol! Por cierto que en Hall del Principal una instalación de vidrios rotos sonaban sobre viejos muelles de un desnudo somier conformando una reverberante danza algo borracha, un primoroso trabajo que esos chelvanos (oriúndos de Holanda) llamados Peter Bosch y Simone Simons titulan con humor y precisión Cantan un huevo.

En verdad que de un tiempo a esta parte, se aposentó en el corazón de Valencia una juventud mental y biensonante que todo lo liquida, deglute y transforma. Piénsese en Nits, La Clínica Mundana, el Of_Herzios o el Master de Arte Sonoro de la UPV. Pero también en tantos grupos de free improvisation accionismo o performance sonora, o en esas fallas Pirofónica´, o en La Fiesta de la Boca, o en el Ciclo Aventuras y Nuevas aventuras (cuya sede, por cierto, es la Sala Negra del mismo Principal), o ese futurista MEVArt que Jorge Sastre lleva a cabo en la Facultad de Bellas Artes, o los ya clásicos festivales de electrónica de la AMEE€

En las antípodas del famoso y desgraciado sainete protagonizado por mal informados gestores de lo público, con Carles Santos como protagonista, todo un flujo de sonante pensamiento crítico, creativo y hasta recreativo fluye por doquier. Quizás en insistente y rampante crescendo a medida que las elecciones comienzan a espabilar deseos de un cambio que ya olemos irreversible y que todos tratan de que nos pille „ por primera vez para el mundo sonoro experimental„ normalizados. Algo que ya el CulturArts de hoy, saliendo de la pasividad, acepta como óptimo y a quien exigimos que acabe su tarea: no pueden, tras 20 años de exclusiones y dedazos, dejar el IVM tal y como está „descabezado pero intacto„ ni mucho menos dejar ahí, hipostasiado, ese estanco y ridículo parcelamiento de la vida musical valenciana que todo lo esclerotiza y ahoga y seca en sobados repertorios y cerrados géneros de cheque y virtuosismo, falto siempre de atrevimientos y mestizajes. Y Valencia merece un respeto, o mejor un reflote „con o sin ERES„ pero siempre aderezado con todo tipo de transversalidades, salidas de madre, y tropezones de todo tipo. Podemos sí, pero sobre todo debemos.