Se celebró la fiesta del orgullo polisexual en Valencia con un transfondo trágico. De un lado con la agresión a un transexual que ayer denunciaba Levante-EMV en portada y de otro con la captura de los tres lituanos asesinos que lincharon a un homosexual en Gandia. La homofobia parece más poderosa que nunca, aunque los nuevos reyes de España reciban a las asociaciones gays en palacio. Integrados por ciertos en unos colectivos de discapacitados, hecho que no acabo de entender.

Probablemente la normalización de la diversidad sexual sólo podrá llegar a través de la cultura. Pero como en lo que menos se invierte en este país es en cultura, pues lo tenemos claro.

Hace poco pasaron por Valencia Alberto Rodríguez y Gonzalo Izquierdo, fundadores de la editorial Dos bigotes, especializada en temática LGBT. Los llamo los «Testigos de Sodoma» porque van de librería en librería evangelizando con sus libros cual heréticos mormones o Testigos de Jehová, que también van siempre de dos en dos. Quieren publicar una amplia gama de autores internacionales y han empezado con El armario de acero para protestar contra las leyes homofóbicas de la Rusia de Putin.

Otra novedad editorial sorprendente es El gran espejo del amor entre hombres que ha sacado la editorial Satori, dedicada exclusivamente a la edición de literatura japonesa. Este singular libro es un clásico nipón del siglo XVI que se dedica a glosar las pasiones íntimas entre los samurais, obra de Ihara Saikaku, que murió en 1693.

Junto a esas manifestaciones extravagantes que normalmente rayan en lo carnavalesco, el movimiento sexualista debiera plantear otras propuestas en la Semana del Orgullo, como conferencias o presentaciones de este tipo de obras. Antaño el activista más eficiente en este sentido fue Juan Alberni, fundador del mítico Cobertizo, librería donde se desarrollaban toda clase de actos culturales y que buscaba los libros más extraños por encargo hasta debajo de las piedras. ¡Qué gran profesional y qué excelentes fueron los siete años de tan atrevido proyecto!

Cuando lo transgresor se transforma en caricatura pierde efectividad. Se podrá comprobar nuevamente en la manifestación del orgullo de Madrid donde pese a exhibirse públicamente la reivindicación se cae muy fácilmente en el espectáculo chusco. A falta de fiestas patronales singulares, puesto que lo de «la verbena de la Paloma» está muy desfasado, estas celebraciones en la capital del Estado van adquiriendo rango de evento centralizador para atraer público, turismo y en consecuencia, ingresos. Yo lo vi una vez y me pareció un gran negocio para la ciudad, más que otra cosa.

Afortunadamente la Lambda valenciana ofrece otra alternativa. Con las mismas fechas de los eventos de Madrid se han programado una serie de actividades en Moncofa, que podría devenir nuestro Sitges autóctono si se cuidara el terreno. En este sentido Cataluña vuelve a ser más sabia que Madrid. El Pride es un producto que se vende en Madrid sólo una semana; mientras que el producto Sitges se vende en Cataluña durante todo el año.

Nosotros deberíamos promocionar nuestras tradiciones. Poca gente sabe que Margarita Borrás, que da nombre a los premios Lambda, fue un transexual del siglo XVI ajusticiado en Valencia porque se paseaba por los más ricos salones del Reino vestido de mujer. Otro personaje a reivindicar sería Joan Galcerá de Borja, el último gran Borja, que tuvo unos líos amorosos terribles que hicieron crujir los archivos de los tribunales de la inquisición, y eso que su tío era santo de la Iglesia católica y líder de la entonces pujante Compañía de Jesús.

Pero eso es cultura, y la cultura no interesa demasiado. Es más divertido el fútbol. Cuando los jugadores ocultos empiecen a salir del armario es cuando realmente se normalizará la libre elección sexual en la sociedad. A fin de cuentas, el asunto es tan mundial como los Mundiales, pues ya vemos que al mismo tiempo que los Borja estaban cometiendo estos divertidos desmanes sodomíticos en Valencia, al otro lado del mundo, en Japón, estaban entreteniéndose con idénticas tribulaciones, tal y como relata Ihara Saikaku en sus dos abigarrados volúmenes.