Todo empezó cuando el Plan General de Ordenación Urbana de Valencia señaló un perímetro de planeamiento diferido, que es lo que suele pasar cuando a algún redactor carece de conocimientos objetivos, en cuanto de social y humano encierra el urbanismo, y no brotan las ideas adecuadas.

Así fue que cuando surgieron las soluciones políticas. Para rehabilitar el Cabanyal había que destruir el Cabanyal. Arrasar con más de quinientas viviendas, destrozar la trama urbana, barrer la calle más antigua y sustituirlo por amplias avenidas y nuevos y caros edificios que, claro está, estos sí, dispondrían de los equipamientos que se negaron a los vecinos de siempre.

La solución les encantó a quienes, salvados de la picota, calcularon el incremento del valor de sus pisos, a los técnicos que cosecharían el fruto de los encargos, y los promotores que se encontraban con suelo municipal para sus ladrillos. A quienes no gustó un ápice fue a los afectados que iniciaron su legítima defensa contra el terrorismo urbanístico amparados por las versadas opiniones de instituciones culturales desinteresadas.

Batalla tras batalla, guerra tras guerra, han pasado catorce años y los atancantes han sitiado el lugar, como en el medievo los castillos, privándoles del pan y la sal imprescindibles para sobrevivir. Ni un arreglo en las casas, ni limpieza en las calles, cesión graciosa a «okupas» autorizados y reserva de la función policial para los casos de manifestaciones.

Ya está bién. No es posible admitir que un instrumento tan democrático como el urbanismo se resuelva mediante complicidades partidistas al encuentro de la fórmula para eludir la Ley y la Jurisprudencia. La alcaldesa es lo bastante inteligente para comprender varias cosas; que ha enterrado en el Cabanyal millones de euros, que los promotores privados la han dejado sola, que el coste de su proyecto es inalcanzable y que no pueden vender los solares resultantes porque ningún profesional invierte cuando sabe que no va a tener comprador.

En este momento, con la adquisición masiva de cientos de viviendas, existe suelo público suficiente para replantearse la reforma desde la especialidad de este antiguo pueblo y ahora barrio que si es histórico por la fecha de su nacimiento pasará a la historia por su lucha en pro de su permanencia.

Dejemos que vivan, con sus tradiciones, sus costumbres, sus ambientes que no se reproducen en ningún otro barrio de la ciudad. Respetemos su idiosincrasia, que piden tan poco como que les dejen sus casas como están, que ya se ocuparán ellos de arreglarlas, y supla las carencias que desde siempre han adolecido y se prodigan a esas zonas en que pueblan los votantes del Partido popular que no mancharán de barro los zapatitos de tafilete cuando se sienten en las grandes vías pavimentadas a desgustar sus aperitivos. Es mucho más democrático, más económico y, sobre todo, mucho mas real.

Señora alcaldesa: claudicar en un empeño no es una derrota, ni una humillación, sino una simple y meritoria adaptación a las circunstancias que le depararán un mayor respeto ciudadano. Dejemos que los tribunales se dediquen a lo suyo y seamos capaces de sentarnos, de hablar y de entendernos. A veces me pregunto si con tanto abandono, tanta delincuencia como pulula por el barrio no se producirá alguna víctima. Si tal ocurriese, señora alcaldesa ¿Podría usted dormir?...