El Master Universitario en Planificación y Ordenación de los Riesgos Naturales, que propone el Instituto Interuniversitario de Geografía de la Universidad de Alicante, sigue dando frutos en sus jóvenes investigadores. J. M. Valiente, en su trabajo de fin de máster, nos muestra con amplia documentación cartográfica y fotográfica, numerosos puntos inundables en el municipio malagueño del Rincón de la Victoria. La relación entre el crecimiento demográfico y urbanístico desmedido sin una planificación que tenga en cuenta, entre otras cuestiones, el riesgo de inundación, ha colocado a numerosas urbanizaciones cerrando directamente la salida natural de agua y lodo por barrancos, como se pudo comprobar en las inundaciones de 1989, 2001 y 2004, dejando en ridículo esos famosos periodos de retorno superiores a los 200 años que eximen de responsabilidad a las autoridades. David Espín, en su estudio sobre las heladas por inversión térmica en «La huerta de Murcia», no solo nos recuerda la existencia de este riesgo en el teóricamente cálido sudeste, sino que lo relaciona con la vulnerabilidad de los cultivos allí implantados y propone un sistema de predicción local efectivo, a partir de la toma de ciertas variables dos horas después de la puesta de sol. Jorge Martínez nos cuantifica la isla de calor de la ciudad de Alicante, especialmente sensible en las mínimas invernales, con valores que llegan a suponer hasta 7 ºC entre los sectores más céntricos y de urbanismo más cerrado y los periféricos más abiertos. Rubén Villar, en su estudio sobre la relación entre la sequía, el abastecimiento de agua y la morfología urbanística del municipio alicantino de l´Alfàs del Pi, nos demuestra cómo el modelo de ciudad abierta con múltiples urbanizaciones unifamiliares, muchas con jardín y piscina propios, supone un claro aumento de la vulnerabilidad ante las secuencias secas por el disparo en el consumo, la pérdida en las conducciones y el tipo de población instalada. Todos ellos son estudios aplicables, tanto por las administraciones como por los particulares. Solo falta que se crea que la ordenación del territorio está por encima de la presunta fatalidad que precede a los acontecimientos naturales extremos.