Este fin de semana se representaba en el Rialto la obra «El gran arco», protagonizada por Eva Zapico y Ángel Fígols. Justamente el sábado falleció el padre de la actriz y creadora del espectáculo. Sin embargo esta mujer menuda que parece tan frágil se presentó en la sala y, como homenaje a su progenitor, interpretó el texto. Puede pasar cualquier cosa, pero la función debe continuar.

Eso es tener ovarios, que se ha convertido en el lenguaje popular en sinónimo de valentía, en comparación paralela a los testículos masculinos. A Eva no le faltan arrestos, en situaciones tan tristes como esta, ni en ninguno de los espectáculos que presenta, desde «La mujer de amianto», parodia de los estereotipos femeninos, hasta «Yo os declaro», ácida crítica de la familia tradicional y sus patrones inamovibles de funcionamiento.

En «El Gran Arco», Eva se adentra por los vericuetos tormentosos de la histeria, dolencia considerada esencialmente femenina por los especialistas que la diagnosticaron y que la artista modifica astutamente convirtiendo al psiquiatra que asiste a la paciente en cómplice involuntario y afectado por el mal. El intercambio de papeles es un hábil juego de prestidigitación donde no sabemos quien es quien, pues realmente el médico parece más trastornado que la visitante.

Magistral la escena en que el psiquiatra, mientras escucha la historia de la supuesta enferma, se masturba alegremente con el ordenador portátil; o ese otro momento en que, al margen de la persona que tiene sentada ante si, el doctor introduce en la consulta a otra mujer y fornica tranquilamente como si estuvieran en plena intimidad. Las caras que muestra Eva ante tamañas proezas es antológica.

Incluye la pieza un desnudo integral de la actriz acompañado de un juego de luces que dibuja un palpitar inquietante precisamente desde sus órganos genitales, marcándole todo el cuerpo. No hace mucho, en la sala Zircó, la actriz madrileña Ester Bellver llevó una obra donde se desnudaba a si misma verbalmente estando sin ropa todo el rato durante la representación.

Siguiendo esta línea naturista ha habido un teatro en Madrid que ha presentado a lo largo de varias semanas un ciclo titulado «Desnudando a los clásicos». Allí se representaban obras de los grandes del Siglo de Oro bajo la dirección de Santi Senso, especialista en obras escandalosas que dificilmente, y para desgracia nuestra, no solemos ver en Valencia. Una de ellas, «Orgíame, la depravación del Yo» me pareció interesantísima.

El caso es que durante varios días los actores han mostrado su cuerpo al tiempo que recitaban los textos escritos hace siglos. Para fin de fiesta la compañía decidió que todos los espectadores debían unirse a la fiesta y asistir a la representación prescindiendo de sus ropas. Chema y Juan Carlos, de la Sala Russafa que tanto gusta de los clásicos, debieran tomar nota de estas propuestas y programarlas para alegrar estos días estivales. Seguro que es más cómodo y agradable desnudarse en Valencia que en Madrid.

Volviendo al Gran Arco, echamos de menos el destape del protagonista masculino Ángels Figols, que sólo hace un alarde de glúteos cuando se supone que holga con la amiguita que se mete en la consulta. Realmente el nudismo masculino en cine y en espectáculos empezó por las nalgas. Siempre ha habido una extraña prevención en contra del hombre ligero de ropa, pero la parte posterior siempre estuvo mejor vista.

Laura Mulvey, en 1975, teorizaba feministícamente contra el cine por su punto de vista estrictamente masculino, y denunciaba el papel pasivo de la mujer que, como mero objeto, podía despojarse de sus vestimentas sin mayor problema. Cuarenta años después todavía estamos en las mismas y, excepto en los anuncios de colonias para «machos», el cuerpo masculino tiene mucho de tabú.

Pero claro, en un sociedad capitalista el nudismo es, más que nunca, algo revolucionario. El sistema nos impone consumir, y si no compramos todo el montaje se hunde. Mucho más en estos días, en que se saldan las últimas gangas de las rebajas de verano. Eva Zapico ha vuelto a disparar, como es típico en ella, una saeta revolucionaria con su original creación.