Afinales de junio tuvimos la oportunidad de asistir en el municipio de Benigànim a la presentación de una publicación de la Universitat de València que recogía un excelente estudio de Antoni Llibrer sobre la industria textil del siglo XV en comarcas del Comtat y la Vall d´Albaida. Fue una ocasión más para entender cómo los recursos, naturales o no, a lo largo de la historia y en el presente, constituyen elementos básicos en el devenir del desarrollo socioeconómico.

En artículos precedentes (Levante-EMV, 8 y 29 de junio) constatábamos que el desarrollo territorial integrado precisa de la participación de tres factores constituyentes, definidos por su falta de simplicidad y que interactúan entre sí dando lugar a procesos de crecimiento económico y desarrollo social. Nos referimos a la innovación y la capacidad de aprendizaje, la configuración de redes territoriales y, finalmente, los recursos patrimoniales.

La propia concepción de recurso es compleja, pues está relacionada con la pluralidad de posibilidades de cara a la valorización del potencial de un territorio. Un recurso es un elemento utilizable por una colectividad con el fin de satisfacer una necesidad o llevar a cabo una empresa.

El potencial de un lugar, habitualmente reconocido como endógeno, recoge un amplio abanico de elementos que podrían contribuir al desarrollo local, tales como los recursos materiales y los que ofrece el entorno, los económicos y financieros, las infraestructuras de transporte y comunicaciones, las estructuras urbanas y rurales ya creadas, y los relacionados con el factor humano, que hacen referencia al nivel de instrucción, la cualificación profesional, el ingenio o la capacidad de emprendimiento.

Cuando tratamos los recursos nos referimos a posibilidades pero también a necesidades. En un territorio podemos hallar variados recursos capaces de satisfacer determinadas necesidades. En función de la cultura de los evaluadores de dichos recursos, los deseos y las posibilidades para satisfacer los elementos del medio son interpretados o no como recursos. Su potencialidad no depende de la naturaleza sino de su capacidad de ser explotados o de la rentabilidad de esa explotación. En términos económicos, se trata de una cuestión de valor de cambio y no de valor de uso. Los recursos se conciben más como mercancías que como un bien que sirve para satisfacer alguna necesidad concreta, individual o colectiva.

La complejidad que acompaña a la definición de recurso se acrecienta si se tiene en cuenta que experimentan importantes alteraciones en el tiempo y el espacio, en función del conocimiento, la tecnología, las estructuras sociales, las condiciones económicas y los sistemas políticos. El concepto de recurso está relacionado en consecuencia con «lo histórico y lo dinámico». De la misma manera los recursos son discontinuos en el espacio, y en consecuencia, la valoración de los territorios no es homogénea.

Quienes tienen la responsabilidad y/o la capacidad de abordar el desarrollo de territorios a escala local deberían ser conocedores de dicha complejidad (variedades, historia, evolución, diferencias espaciales?). Nos referimos a los líderes territoriales y en particular los integrantes de los equipos de gobiernos municipales y regionales, quienes además tienen la capacidad (total o parcial) de la toma de decisiones en relación con la explotación de los recursos de un territorio. Son líderes que deberían conocer e identificar sus recursos, la manera de explotarlos, el volumen necesario, y el intervalo de uso. En otras palabras, quién los usa, qué se usa, cómo se usa, cuánto se usa y cuándo se usa. Los técnicos, en sus diferentes disciplinas, juegan un papel fundamental: el asesoramiento para que las decisiones adquieran un reducido margen de error.

Los alcaldes y otros representantes municipales deberían ser conscientes de que los recursos de su territorio pueden adquirir diversas acepciones en función de su naturaleza, dando lugar a diferentes tipos: los recursos naturales (capital natural); los recursos humanos, en función de una adecuada preparación profesional (capital humano); el conjunto de normas, instituciones y organizaciones que promueven la confianza y la cooperación entre las personas, las comunidades y la sociedad en su conjunto (capital social); la capacidad de adaptación y aprovechamiento de las sociedades locales del entorno natural (capital cultural); y los rasgos de aquellos lugares que se convierten en parte activa del sistema económico y productivo, además de ejercitar el papel de escenario de las actividades antrópicas (capital territorial).

El capital natural de un territorio. Se trata de un concepto que hace alusión a la existencia de recursos naturales (hídricos, aptitudes agrícolas del suelo, vegetación, recursos geológicos, etc.), al uso más o menos racional que se hace de ellos y a las consecuencias de dicho uso. Es necesario tener en cuenta el condicionamiento físico (asociado a características topográficas, edáficas, atmosféricas e hídricas), los riesgos naturales (contaminación de acuíferos y suelos, desastres naturales, etc.), el uso de medidas de ahorro y eficiencia energética, o el uso de técnicas de reciclaje de residuos. Y, por supuesto, los criterios de sostenibilidad ambiental.

El capital cultural. Es fundamental no desatenderlo, pues posee una estrecha relación con el sistema productivo. Los tomadores de decisiones, públicos y privados, deben ser conscientes de que esta modalidad de recurso contribuye activamente a los procesos de desarrollo por las estrechas relaciones con el sistema productivo. Nos referimos a valores compartidos por actores locales en los cuales se asumen y se conciben los procesos económicos, como son las actitudes proclives al esfuerzo en el trabajo, a la innovación, al reconocimiento de la labor de los empresarios, a la tendencia al éxito, a la valoración de la figura del emprendedor y a la facilitación de procesos de emprendedurismo, a la agilidad en la toma de decisiones y a conductas tendentes a la flexibilidad y los cambios.

El capital humano. Habitualmente se relaciona con el desarrollo territorial integrado por la necesaria y adecuada formación, y las capacidades idóneas de los recursos humanos, en especial con la detección de sus recursos y su uso. Sin embargo se trata de una modalidad multidimensional pues comporta aspectos particulares (los individuos) y colectivos (las comunidades). De ahí que se haga referencia al compromiso político, la solidaridad, la inteligencia, el riesgo o la imaginación de los agentes locales. Y, por tanto, se hacen necesarias la concienciación, la formación intelectual y la amplificación de las habilidades manuales de determinados colectivos.

El capital social. Se trata de una versión avanzada del capital humano, pues el elemento diferenciador es su carácter relacional. Nos referimos a la capacidad organizativa y la aptitud social para el desarrollo territorial, a la interacción de las fuerzas sociales con los procesos económicos. ¿Una sociedad local está dispuesta a integrarse y a sumarse a un proceso de desarrollo económico? ¿Dispone de los canales de transmisión y articulación necesarios para ello? Adquieren protagonismo tanto la sociedad civil (su grado de vertebración social o su implicación con la economía local), como las instituciones de gobierno con competencias en el territorio (su coordinación, entendimiento e implicación en el desarrollo de las economías locales).

El capital territorial. El territorio es considerado como un sistema configurado por espacios y elementos, articulados mediante diversos ejes de comunicación que los interconecta. Es el escenario de las actividades humanas. De la misma manera el territorio es concebido como un recurso más en tanto en cuanto que de acuerdo con sus características (humanas y físicas) y con las particularidades propias de cada sector económico (en los cuales incide la historia y el proceso de globalización) el espacio se convierte a su vez en parte activa del sistema económico. En términos generales se pueden diferenciar diversos recursos territoriales, que pueden enumerarse en los siguientes términos: el grado de articulación física del territorio, que está estrechamente relacionado con el sistema relacional, integrado por las infraestructuras de transportes y comunicaciones (accesibilidad, interna y externa, así como la vertebración del territorio mediante las vías de desplazamiento de personas, mercancías o información); la existencia de servicios y equipamientos adecuados a las condiciones demográficas y económicas; la distribución de los usos del suelo y la adecuación de tales usos a las características y dinámicas naturales y territoriales (la calidad ambiental y paisajística, con los posibles riesgos de naturaleza); y finalmente, es reseñable la presencia de suelo debidamente equipado en infraestructuras tanto básicas como tecnológicas, dotado de una amplia gama de servicios y con una alta calidad arquitectónica, urbanística, ambiental y paisajística.

En el territorio valenciano, en sus comarcas, podemos encontrar magníficos ejemplos de cómo espacios geográficos han conseguido reconocidos niveles de desarrollo económico. El sector textil de la Vall d´Albaida, l´Alcoià o el Comtat, el sector vitivinícola de Requena-Utiel, la cerámica de la Plana, la agricultura comercial de la Ribera, o el sector turístico de la Safor o de la Marina, tienen su origen en el uso de recursos patrimoniales. No de un único recurso, sino de la combinación de varios elementos, naturales, culturales, sociales, humanos y territoriales. El territorio es generador activo de recursos específicos que fueron estratégicos para su impulso en un determinado período temporal; un impulso generado por la acción de colectivos que valoraron sus posibilidades.

Desconocemos el escenario económico futuro de los territorios valencianos, pero debemos ser conscientes de que un proceso de desarrollo socioeconómico requiere de la combinación de numerosas variables, recursos, redes territoriales y capacidades de innovación. Sin esa concepción integral, que debe ser conocida y participada por los actores de un territorio, los esfuerzos serán estériles. Entendemos que las universidades valencianas están llamadas a contribuir y colaborar en dichos procesos, dado su perfil multidisciplinar, su capacidad de innovación, su integración en redes de diversas escalas, su presencia en el territorio? y su voluntad de participar en las dinámicas que irán configurando el desarrollo valenciano futuro.