En estos días, muchos nos resistimos a abrir las páginas del periódico, abrumados por las tres catástrofes aéreas y la matanza que se está produciendo en Gaza, lo que nos dibuja un panorama de la actualidad informativa auténticamente dantesco. Ante ello, no cabe más que la desesperación, por los cientos de muertos que inundan injustamente las líneas torcidas con las que se está escribiendo la historia más inmediata.

Centrados en el desigual conflicto entre judíos y palestinos, y sin querer entrar sobre las razones que a unos y otros pudieran asistirles, ya que mucho se podría decir de Hamás o de los distintos gobiernos israelíes, la atrocidad cometida en la escuela de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos, junto con los ataques indiscriminados que se han cebado con la población civil, en especial niños y niñas, sólo puede tener el rechazo más contundente de la comunidad internacional. Sin embargo, mientras que la diplomacia hace gala de su ceguera y pasividad ante esta barbarie, la única respuesta que llega de EE UU y del premio Nobel de la Paz 2009, Barack Obama, es que se destinarán 47 millones de dólares para reconstruir la franja una vez que Israel y Hamás firmen la tregua.

Poco se oye de los más de 1.000 palestinos muertos o de los miles de heridos o de los más de 100.000 desplazados. El «yes we can» parece que ha enmudecido ante una ofensiva israelí que la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Navi Pillay, ha tenido que calificar de crímenes de guerra. Eso sí, después de intentar mantener un complicado equilibrio de equidistancia, comparando el potencial armamentístico de Israel con las escaramuzas de Hamás, ambos rechazables y condenables.

Lamentablemente, nadie podría imaginarse que cuando el 10 de diciembre de 1948 se firmó en París la Declaración Universal de los Derechos Humanos, como respuesta a la Segunda Guerra Mundial, y en cuyo frontispicio se establece una proclamación de la libertad, la justicia y la paz en el mundo, fuera justamente envueltos en la bandera de Israel con la que se estuviera llevando a cabo un auténtico exterminio de otro pueblo. Parece que ha llegado el momento de exigir que el presidente que quizás recibió demasiado pronto esa alta distinción por la paz ejerza de verdadero mediador y siente a las partes para sellar un acuerdo que salvaguarde los derechos de aquellos que verdaderamente están sufriendo esta locura.