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Javier Cuervo

Estilos de muerte

Hay gente a la que no le ha gustado cómo ha muerto Robin Williams. Eso incluye a su familia, que pidió que se recordara cómo vivió y se olvidara cómo murió. En términos cinematográficos, su vida acabó mal. Aunque hay finales de sosiego y paz, con la muerte y su cliente llegando puntuales a la cita para cerrar un trato con acuerdo por ambas partes, no está claro que la vida tenga final feliz. Muchísima gente se muere pidiendo prórroga y, luego, penaltis para intentar un último tiro que dé alegría. Williams se suicidó. ¿Por qué no dejarlo como está? Ni recomendar el método de salida de emergencia ni pedir que no se tenga en cuenta la forma en que murió. Contra el discurso del silencio sobre el suicidio, el psicólogo Javier Urra se asegura los titulares recomendándolo como salida ética a pederastas y violadores en serie. Contra esos vale todo. No así para Bush jr. o para al-Asad, mucho más dañinos.

Se pierde demasiado tiempo intentando buscar un sentido a la vida y más cuando se extiende el afán de juicio hasta la muerte, primando el relato por encima del azar de los hechos, empeñados en que la vida y la muerte rimen consonante, vistan la misma talla, sean del mismo color o vayan a tono. ¿Es mejor morir atropellado por un autobús? ¿Es más coherente con una larga vida de peatón?

En el suicidio, la muerte tiene un componente de la propia vida que en otros fallecimientos no se da. Hay un acto de voluntad tan fuerte o tan firme que va contra el instinto de conservación, más apreciado que el de destrucción. La propia mano puede estar equivocada, obcecada, angustiada, drogada o boba, si se quiere, pero también puede actuar con acierto, con una visión lúcida del ciclo cumplido o una económica del dolor...

Hay gente muy autodestructiva que tiene una manera muy social de matarse, viviendo a tope, dicen, viviendo hasta el tope, que es la muerte. Williams eligió una manera más introvertida.

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