Tienen donde elegir el empresario José Luis Soler y su familia para construir en Valencia un centro de asistencia a niños en riesgo de exclusión social y otro de investigación de enfermedades raras, en especial la de Wilson, proyecto del que informaba ayer Levante-EMV en primicia. Por desgracia muchos barrios de la capital tienen justificados motivos para acoger recintos con esa finalidad, máxime si, como en este caso, el paquete incluye un proyecto artístico, de tipo museístico, avalado por el valenciano experto mundialmente reconocido Vicent Todolí.
El propietario de la empresa que fabrica los productos de belleza Deliplus no ha desvelado en qué lugar llevará adelante su iniciativa, sostenida con fondos de su familia y con un presupuesto inicial de 600.000 euros a disposición de la Fundació Per Amor a l´Art, instrumento de la inversión prevista. Tratándose de un proyecto totalmente privado, cabe suponer que la idea no irá destinada a cerrar algunas de las heridas abiertas en el ámbito público en la capital, como el monasterio de San Vicente de la Roqueta, ruina de propiedad municipal pendiente de rehabilitación y uso. Es igual, hay muchas cicatrices privadas por restañar: decenas de alquerías, palacios en peligro de derrumbamiento, fábricas abandonadas y cubiertas de maleza... Cualquier solución será buena si además de resolver una parte del problema de los niños en situación de vulnerabilidad y de profundizar en la investigación de enfermedades raras se recupera patrimonio inmueble y se genera un nuevo polo de atracción cultural con el centro artístico avalado por Todolí. Y si además todo eso sale de bolsillos privados, tengan el máximo reconocimiento y respeto. Hay una corriente de pensamiento y práctica que tiende a denigrar todo lo privado y a divinizar lo público, como si esa simple separación fuera prueba de algo trascendente. Luego todos beben coca-cola y sólo unos pocos agua del grifo.
