«Si vas segando la rama de un árbol, cae toda la rama, todos los nidos que hay; pero no sólo cae esta rama, al final caen todas», dijo Jordi Pujol en el Parlament de Catalunya el pasado 26 de septiembre.

Una de las mayores preocupaciones de los economistas se centra en el análisis de las instituciones como responsables del desarrollo económico de un país. El marco regulatorio que ofrece seguridad jurídica al mercado debe ser articulado sobre la permeabilidad institucional. Así, los agentes económicos encuentran incentivos suficientes para llevar sus capacidades individuales más allá del límite y entonces obran los milagros del desarrollo económico y del bienestar colectivo.

Cuando las instituciones no son incluyentes, además, el riesgo de captura de rentas por parte de sus élites se vuelve extremadamente elevado. Son instituciones todas las organizaciones que representan un contrapeso de poder respecto a otras: el legislativo, ejecutivo y judicial; el sistema de partidos distribuido a lo largo de todo el espectro ideológico. Los árboles públicos. Los sindicatos, las asociaciones patronales y las empresas que compiten en el mercado; el conjunto de asociaciones civiles que actúan como mecanismo de balanceo institucional. Los árboles privados.

Hace unos días, el economista y novelista Marcos Eguiguren me recordaba la naturaleza de nuestro bosque. Lo hacía en la sede de Fundación Bancaja en una interesante ponencia ofrecida con motivo del I Encuentro Empresarial de Ética y RSE que organizaban Nunsys, la Fundación Étnor y el Centro de Innovación y Aplicación de la Ética de ESIC Valencia. El profesor venía a subrayar la necesidad que tiene cualquier organización de contar con firmes mecanismos de contrapeso en la administración del poder que ejercen sus élites.

El presidente de una compañía puede experimentar una deriva que fundamente su desempeño hacia la captura de rentas. Incentivos tremendamente poderosos tienden a incrementar comportamientos interesados por parte de las élites, de forma no alineada con los objetivos de los stakeholders. Accionistas o ciudadanos, siempre árboles. Nuestro bosque.

El comportamiento ético de las instituciones no está en la agenda dominante. La corriente principal, aparentemente, no centra su interés en analizar cómo las élites construyen nidos en las ramas de los árboles. Los sistemas de gobierno equlibrados ofrecen inercias de contrapoder, ya sea en consejos de administración de empresas, en partidos políticos o en cualquier otra institución.

Para Eguiguren en un sistema equilibrado: el líder debe articular mecanismos que limiten su propio poder. Pero el paradigma del líder Yo-Ego se sitúa en la base del pensamiento mainstream. Y ello hace que en la práctica el poder se consolide en la élite y transforme a la institución volviéndola poco incluyente. No obstante, la comunicación abierta y una sociedad-red concienciada podrían estar cristalizando en una nueva perspectiva.

Moises Naím, en su último libro (El fin del poder) apunta que el poder cada vez es más difícil de detentar y más fácil de conquistar. Su principal fragilidad quizá se deba a que la audiencia comienza a no mostrarse cautiva. Seguramente el mainstream ya haya comenzado a cambiar, y en un futuro no muy lejano, por primera vez, los árboles no nos impedirán ver el bosque.