Esta última semana hemos visto dos maneras de hacer política. Una, la del joven Francisco Nicolás Gómez. Otra, la de varios miles de personas en el palacio de Vistalegre, en la Asamblea Ciudadana de Podemos. Sería demasiado fácil desplegar todas las diferencias entre estos dos modelos. Francisco, ciertamente, pronto manifestó que estaba en la política para hacer dinero, como tantos otros. Asentado desde los quince años en las evidencias acerca de la lógica vital de la gente de su partido, alimentando sin obstáculos desde entonces las aspiraciones grandiosas de la adolescencia, el pequeño Francisco no conoció obstáculo alguno en su carrera. Nadie pidió informes, nadie conoció su verdad, nadie investigó sus intenciones, nadie lo conoció realmente. Cuando leía su fantástico caso, no podía sino recordar el episodio de la primera temporada de House of Cards, cuando el congresista Russo es obligado por Francis Underwood a contar por entero su pasado, con pelos y señales, antes de ser elevado a candidato a gobernador de Pennsylvania. Allí se describe un partido dirigido por mano de hierro por un jefe de bancada cuya primera obligación es descubrir a quien le miente.
Eso no parece que exista en el PP. Se supone que un partido sirve para tejer filtros y seleccionar a quién concede protagonismo. No puede encumbrar a cualquier listillo megalómano. Sin embargo, cuando un partido se levanta sobre el secretismo, la apariencia, la verborrea vacía y el amiguismo, no puede disponer de armas reales para descubrir la verdad de nadie. En realidad, quien no la tiene no puede conocerla. Cuando la comunicación se reduce al mínimo y nadie hace preguntas, cualquiera puede estar conectado con cualquiera, y nadie sabe a qué se expone cuando mira demasiado de frente a quien parece un impostor. Detrás puede haber alguien demasiado poderoso. Construido así, un partido es una invitación a una impostura tan fácil como rentable. Como en las comunidades de iguanas de las Galápagos que analizara Ireneus Ein-Eibenfeld, un marciano que guarde las apariencias y siga los principales ritos sociales, puede ser reconocido como iguana. Sólo un error de cálculo, una precipitación juvenil, llevó a Francisco a ser investigado por los servicios de información cercanos a la Casa del Rey, donde se andan con pies de plomo. Desde ahí, el pequeño Francis fue conducido a la realidad. Pero mientras se manejó entre políticos, nadie dejó de verlo como uno de los suyos. Y en verdad lo era. El vacío los une.
Hasta aquí nos ha llevado una democratización pasiva, que arrastramos desde la limitada política de la transición y que se consumó cuando este país se entregó aliviado, aunque de forma infantil, al paternalismo político de Felipe González, agradecido a éste por acabar con los continuos ruidos de sables. Pero esta democracia pasiva ya no da más de sí. Como hemos visto, nos ha cobrado un precio demasiado alto. La dignidad no puede sino pasar por una democracia activa. Y eso es lo que hemos visto este fin de semana en la Asamblea Ciudadana de Podemos. Gente sin otra recompensa que su propio activismo, se ha desplazado a Madrid para exponer las conclusiones de su círculo de trabajo. Ha tomado la voz y ha hablado. Ha protagonizado lo más parecido a un Deliberation Day, como propuso Bruce Ackermann, defendiendo ideas políticas con la libertad y la ingenuidad debida. En un país donde no tenemos un hábito firme de proclamar con franqueza la confesión de las propias creencias, donde todo se da por supuesto „dada la homogeneidad y ortodoxia que se supone„ el hecho de que durante varias horas gente asentada en igualdad de tiempos exponga sus convicciones, eso es un espectáculo inusual y estimulante. Porque lo más importante es que toda esa diversidad y heterogeneidad, que puede llegar a lo pintoresco, es acogida bajo la idea de que algo más profundo los une a todos, algo que no está puesto en peligro por la expresión de diferencias.
Como es natural, no comparto todo lo que se dijo en esa Asamblea Ciudadana, que he seguido en parte por internet. Pero comparto la firme decisión de toda esa gente de poner punto final a una democracia pasiva. Y comparto su percepción de que tienen derecho a hablar alto y claro, y de que pase lo que pase, será mejor lo que resulte de esa discusión que lo que pueda resultar de un colectivo en el que cualquier impostor, aprendiendo bien cómo se hace, puede formar parte del séquito de expresidentes de Gobierno en mesas redondas de fundaciones de estudios, que deberían vigilar muy bien a quién suben al estrado y comprobar si tienen méritos para dirigirse al público. Y por seguir todavía con las meras formas, no puedo sino compartir la sencillez con que los dos equipos principales, el de Pablo Echenique y el de Pablo Iglesias, han expuesto sus diferencias de criterios. Sin duda, son profundas y poderosas. Iglesias ha demostrado que sabe decir «no, aquí me quedo». Al hacerlo, apuesta por mostrar los límites en los que emerge la convicción. Echenique le ofrece la victoria en todo caso si acepta los dos elementos centrales de su propuesta. Iglesias no la quiere si no implica el triunfo de su idea.
¿Tan importante es la diferencia? Por mucho que se quiera disimular, sí, aunque creo que no está donde se la quiere buscar. Los dos equipos, Claro que Podemos, de Iglesias, y Sumando Podemos, de Echenique, saben que la política que de verdad quieren es una complexio oppositorum. Eficacia y activismo, dirección y autonomía de círculos, líder y horizontalidad democrática, capacidad de revocabilidad de los órganos directivos y capacidad de iniciativa de los líderes, los dos equipos quieren esto. Por lo demás, no creo que el equipo de Iglesias piense en el corto plazo de la victoria electoral, frente a la idea de fortalecimiento popular de Echenique, con independencia de las elecciones, en la previsión de un empeoramiento de las circunstancias políticas, sociales y económicas. Creo que los dos equipos piensan que la situación económica va a empeorar si caemos en la tercera recesión, algo que no hay que excluir, y que si eso sucede, la reacción política y legislativa va a ser claramente creciente. Los dos saben, también, que disminuir las expectativas electorales puede ser el inicio del fin del movimiento, que regresará a un activismo inorgánico. Por eso, todos saben que Iglesias debe dirigir la formación.
¿Por qué entonces no ofrecer un documento común? Por varios motivos de principio, supongo. Ante todo, la cuestión de los portavoces. Puesto que Podemos es una formación abierta, y las formas que tiene un militante de hacer valer su voz son muy sencillas, los tres portavoces no son una garantía de heterogeneidad, que está garantizada de principio, sino de crear ruido comunicativo. Hacia dentro, Podemos debe seguir siendo una formación horizontal y heterogénea. Pero hacia fuera debe tener un discurso nítido. Un argumento parecido es el que sostiene la posición del grupo de Iglesias. Pero en realidad, la cuestión es más de fondo cuando se suman otras diferencias. Si alguien puede pertenecer a otra formación además de a Podemos, como defiende el equipo de Echenique y si, por un azar, uno de los portavoces pertenece a dos instituciones, entonces se dará lugar a todo tipo de malentendidos. La confusión con IU, o con los movimientos anticapitalistas, puede ser entonces fatal, sobre todo para una formación que no quiere cargar con hipotecas de otras formaciones. Pero si, además, se mezcla esta medida con otra diferencia, la cota de riesgo puede ser demasiado alta.