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La desconfianza

En España, la ruptura tiene un rostro que es el de la corrupción metabolizada en el poder, unida a la incapacidad de los mediocres.

Con la confianza tocamos un concepto clave sobre el que pende hoy peligrosamente el descrédito. Como sobre tantos otros, por cierto. La confianza asienta las virtudes burguesas y permite que la economía de mercado prospere, los contratos se respeten y las instituciones funcionen. La confianza es el fundamento de ese pacto social que denominamos democracia parlamentaria: los ciudadanos votamos a nuestros representantes políticos, de cuya labor nos fiamos y a quienes juzgamos cada cuatro años. En contraposición con el cainismo „segundo pecado original y primero del hombre contra el hombre„ la confianza actúa como un cimiento moral sobre el que se erige la condición humana. Para un psicoanalista del prestigio de John Bowlby, la confianza constituye el eje de un temperamento seguro, puesto que la identidad se construye socialmente, esto es, con los demás y junto a los demás. No sólo ahí, por supuesto, pero también ahí. Imaginen a un niño que llora porque tiene miedo, porque se siente solo o abandonado. Ante el llanto, acude de inmediato un adulto que lo consuela y lo calma. En la base de cualquier personalidad saludable apunta el psicólogo inglés hallamos esta certeza que lentamente se forja en el niño: «Mi angustia no va a ser desoída, no estoy solo en el mundo, alguien me quiere». Para George E. Vaillant, catedrático de Psiquiatría en la Universidad de Harvard, «lo único que realmente importa en la vida es el modo cómo nos relacionamos con los demás». Confianza y seguridad frente a los pozos negros de la mentira, el engaño y la falsedad. No resulta por tanto extraño que allí donde se quiera liquidar la libertad, se empiece por fomentar la delación y por destruir la familia. Esa fue la experiencia de casi todos los totalitarismos.

Presente y futuro. Si, por un lado, gracias a nuestra imaginación, proyectamos mundos nuevos y mejores; por el otro, la sociedad necesita el engranaje de la confianza. Podría decirse que se trata de la pieza maestra que sustenta a la civilización. ¿Qué fue la transición española si no un exponente de la capacidad de pensar un país nuevo y mejor en el que las partes anteriormente enfrentadas se fiaban unas de otras? Fue la confianza la que permitió tomar decisiones en principio arriesgadas como la legalización del Partido Comunista o la recuperación de la Generalitat, cuyos frutos todos conocemos cuatro décadas después. Algunos buenos y otros no tanto, quiero decir. De hecho, la crisis española también se podría resumir en una doble pérdida: la de soñar escenarios de futuro comunes y la de fiarnos de aquellos que nos representan, a las cuales habría que añadir el infantilismo político del todo o nada Oriol Junqueras llorando lágrimas de cocodrilo: «¡Hagamos algo ya! Pasemos de las palabras a los hechos». El todo o la nada que configura la antítesis del parlamentarismo moderno. El todo o nada que suele terminar, por regla general, en nada.

Ya que con frecuencia se cita el ejemplo de Italia en los años noventa para cotejarlo con la España de hoy, quizás valga la pena señalar la ponzoña del descrédito como la principal consecuencia de la fractura política. Mani puliti desnudó a las altas instancias del Estado, sin que se consolidara, en cambio, un pacto alternativo, una nueva transición. Quizás faltó el gesto profético de la generosidad a través del cual los privilegiados ceden algunas o muchas de sus prerrogativas en beneficio de la sociedad. En España, la ruptura tiene un rostro que es el de la corrupción metabolizada en el poder, unida a la incapacidad de los mediocres. Corrupto no sólo es el que roba, sino también el que no sabe gobernar. Seguramente Zapatero, pongamos por caso, no fue un corrupto, pero sí un inepto a pesar de su proclamado buenismo. Los hay otros que son auténticos pajareros. En eso hemos cambiado poco.

De todos modos, mientras no seamos capaces de soñar en común y de recuperar la confianza social, el futuro de nuestro país se pinta sombrío. En las veredas del enorme vacío de credibilidad irán creciendo alternativas populistas, de las cuales Podemos constituye la quintaesencia. Sin los anticuerpos de la confianza, la sociedad carece de defensas efectivas, aunque le queda su capacidad de reacción. El pesimismo no cuenta como virtud. La ingenuidad tampoco.

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