En estos días, cuando la actualidad informativa pasa inexorablemente por los casos de corrupción y la degradante clase política de este país, lo que algunos llaman la casta, no hay que dejar pasar importantes mensajes y cifras para la reflexión. En esa línea, mientras la operación Púnica colapsaba las noticias, se hicieron públicos dos estudios demoledores sobre los efectos que está teniendo la crisis económica en la sociedad española. Por un lado, conocimos los datos de Unicef en su informe Los niños de la recesión, donde se advertía que cada vez hay más niños pobres en España, y que nuestro país ocupa una posición preocupante en el ranking de los países más castigados por la recesión. A este dato se añadían los ofrecidos por la Fundación Fomento de Estudios Sociales y Sociología Aplicada y Cáritas en su VII Informe Foessa sobre exclusión y desarrollo social en España 2014, que aseguraba que 11,7 millones de españoles viven en situación de exclusión social, calificando de estricta minoría a aquellos que no se habían visto afectados por la misma.

Recordemos que estas cifras son las que utilizaba el PP en la oposición para atacar a Zapatero, y ahora cuando gobierna, el ministro Montoro las descalifica diciendo que están apartados de la realidad. Sin embargo, son los políticos quienes viven aislados de los auténticos problemas de la sociedad. Como se denuncia desde estas organizaciones, las reformas en el sistema de bienestar social desarrolladas desde 2010, tanto por socialistas como por populares, han supuesto una recesión en las políticas sociales. La realidad incontestable, por mucho que le incomode al presidente Rajoy, es que mientras los políticos están preocupados por si una patrulla de la policía aparca en la puerta de su domicilio y otros están haciendo cola para declarar en la Audiencia Nacional, miles de ciudadanos tienen que hacer esa misma cola a las puertas de los bancos de alimentos.

Muchos nos preguntamos qué tipo de sociedad estamos construyendo, donde lamentablemente se han eliminado todos los referentes civiles y políticos en los que deberían mirarse nuestros hijos. Ahora, el bienestar social se ha convertido en un lujo, pasando la beneficencia a ser la única opción posible para muchas personas. Vivimos en una época de contrastes, donde nuestros políticos se han apuntado a la moda de pedir perdón, pero llegan tarde, puesto que necesitamos respuestas nuevas y contundentes a todo lo que está sucediendo. El tiempo de las explicaciones vacías de contenido, de los debate de sordos o del «y tú más» en el Congreso nos tiene agotados.