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Al Barça le aguarda un largo túnel

Josep María Bartomeu, tras la destitución de Andoni Zubizarreta tenía dos salidas: darle la boleta a Luis Enrique y quedarse a la intemperie y ser el siguiente en caer, o acogerse a la tabla de salvación de adelantar las elecciones. Y esta ha sido su preferencia. El presidente ha pedido tiempo. Ahora, le queda la nada fácil labor de conseguir que haya paz entre Messi y el entrenador. Si no logra devolver la tranquilidad al vestuario los plazos para Luis Enrique se acortarán y los de las elecciones, también. El Barça está condenado a largo túnel. El equipo no tiene recambios y La Masía no puede cargar con todo el peso de la transformación de la plantilla.

Hace tiempo, afirmé que Luis Enrique estaba más emplazado que Fernando IV de Castilla y que si bien éste contó con la ayuda de su madre doña María de Molina, al entrenador no le iba a defender ni Bartomeu. Y en esas estamos. A estas alturas de la función, ni presidente, ni entrenador tienen el puesto asegurado. Al dirigente, según algunas encuestas, no le predicen la elección. Es más, figura detrás de Joan Laporta y Agustí Benedito. Solo le votaría el 17,9 por ciento de los socios.

En el Barça se está viviendo la crisis sin que nadie profundice en ella. El club está sancionado y su futuro hipotecado por no poder fichar. Con la actual plantilla no está en condiciones de optar a grandes gestas. La opción de La Masía se ha convertido en pura utopía.

De la institución salieron en tropel varios jugadores que llevaron al club a las más grandes gestas. Víctor Valdés, Puyol, Piqué, Busquets, Cesc (cinco catalanes), Iniesta, Pedro y Messi, por citar lo más brillante del elenco. Algunos ya no son y otros, no están. Aparición de tanta estrella a la vez sólo se da una vez cada medio siglo. Queda en pie Piqué a quien se defiende más por sus circunstancias políticas, siempre opina a favor de obra, que por su real estado de forma futbolístico. Busquets no es la mitad de la que fue. En el Mundial acentuó su descenso y hasta hoy. Pedro juega poco y tampoco se parece a quien fue pese a su voluntad. Iniesta está desparecido en combate desde hacer más de un año. En el Camp Nou le contabilizan los partidos en que sobresale. Antes no había estadísticas porque siempre estaba bien. Pese a todo sigue teniendo quien le escriba. Aún goza del gol mundialista. Messi es cuestión aparte porque siempre se le espera.

En la pasada temporada dio la impresión de que se reservaba para el Mundial y en realidad sucedió que no podía. En la presente campaña puede recurrir a la coartada, más bien argucia, de decir que no se entiende con el entrenador y su sistema no le favorece. La realidad es otra. En el entorno del club se habla de circunstancias ajenas a la práctica del fútbol. Tal vez no se cuida como antaño y no se entrena con el mismo fervor. Justamente el que le ha enfrentado a Luis Enrique que le pide más. Contra él ya se argumenta aquello de que se juega como se entrena.

La Masía ha sido espejismo. En tiempo en que no se pueden hacer grandes fichajes, los mimbres caseros no alcanzan para optar a los más brillantes títulos. Munir apareció como luz cegadora y, para que no pudiera ser internacional marroquí, Del Bosque le dio la camiseta roja. Se ha quedado en flor de un día. Montoya iba a salir y se le mantiene porque Alves marchará y alguien debe quedar en la retaguardia. Bartra es recurso efectivo, pero no llega a ser un Puyol. Rafinha no es el doble de su hermano Thiago hoy en el Bayern aunque desgraciadamente lesionado. Sergi Roberto no ha terminado de llegar a la cima que se le pronosticaba. Los canteranos Sergi Samper y Sandro son solamente jugadores que apuntan pero no pueden apuntalar al primer equipo. De La Masía también salen jugadores que, después de actuaciones esporádicas y esperanzadoras, acaban como Tello y Cuenca, decir, en el traspaso.

El Barça tiene pocos recursos repartidos a los que acogerse en el futuro inmediato. Solamente Deulofeu y Dennis Suárez apuntan aunque tampoco son figuras en el Sevilla. Visto el panorama desde el puente, los actuales dirigentes y la oposición deben comenzar a hacerse a la idea de que el futuro inmediato no es alentador.

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