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Vicente

Pues vaya disgusto

Me cuenta mi madre el disgusto tan grande que tiene una prima mía. «Ha tenido la pobre un año horrible. Primero el divorcio y ahora lo de la chiquilla», dice. De lo de su separación sí me había enterado pero no tenía ni idea de que a su hija le pasara algo. ¿Está enferma? ¿La ha atropellado un camión?. «No», me responde mi madre, «es que tu prima se ha enterado de que Asun está saliendo con una chica, y, claro, está fatal».

Cuando le digo que todos sabíamos, menos su madre al parecer, que la niña era lesbiana, y que no sé dónde está el problema ni el motivo del disgusto, mi madre recula con un: «No, si a mí no me parece mal...» para acto seguido escucharme a mí metiéndole el rollo de que es una opción tan natural y normal como la heterosexualidad y que no entiendo la pena de mi prima que, al fin y al cabo, tiene mi edad y no los 85 años que justifican las reservas de mi madre a cualquier cosa que no sea la familia estándar de pareja de distinto sexo con un par de hijos, perro e hipoteca. Y mira que lo hemos hablado.

El otro día sin ir más lejos viendo en una revista a Shiloh, la cría de 8 años de Brad Pitt y Angelina Jolie, un bombón de niña clavadita a sus papás que quiere ser un chico y se viste y peina como tal con la aprobación de sus padres y el disgusto de sus abuelos paternos que pretenden que la inciten a ponerse vestiditos de flores. «Pues no sé si es bueno animarla a comportarse como un chico», me decía mi madre, como si esto dependiera de una palmada en la espalda. Desconozco si, cuando crezca, Shiloh será hetero, lesbiana, vegetariana o alpinista, y me da igual. Como me daría igual que cualquiera de mis hijos me viniera a casa con alguien de su mismo sexo pese a que mi prima y mi madre consideren que es una desgracia «porque tienen más problemas en la vida y no todo el mundo lo acepta», se justifica mi madre, algo en lo que, por desgracia, puede que tenga razón. Un amigo gay me ha contado que de adolescente pasó un infierno en el colegio por el acoso de sus compañeros y que luego le costó un horror salir del armario. Ahora es feliz, se ha casado y pasea de la mano con su chico sin complejos.

Y es que parece que vamos avanzando aunque algunos sigan sin querer verlo, como una de mis amigas, separada hace cinco años, que no tiene nada en contra de las lesbianas pero que es una auténtica militante contra los gays.

Pero es que desde que se divorció, más de una vez se ha quedado con un palmo de narices tras descubrir que ese bombón con el que llevaba moneando toda la noche prefería al de la barba de la esquina del bar y, claro, «a esta edad no hay tantos hombres presentables como para que encima haya doble competencia».

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