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Julio Monreal

La dinastía del Líbano

No puede cerrar, eso debería estar considerado patrimonio histórico!», comentaba una clienta ocasional al enterarse del cierre del popular bar Líbano, que durante cinco décadas ha gobernado la esquina de las calles Colón y Hernán Cortés, en el centro de Valencia. Los almorzadores habituales, los aficionados a la última sesión en los cines cercanos y miles y miles de personas más echarán (echaremos) en falta los olores y los sabores del Líbano, integrante de una dinastía de bares en vías de extinción, entre los que se encuentran el Mundo de Don Juan de Austria o la cervecería Alhambra de la calle Calixto III. Los dos primeros saben a fútbol, merced a los que fueron sus promotores los futbolistas Walter y Mundo, quienes emplearon parte de los réditos de su juego y su fama en sendos negocios. En el tercero, una mujer menuda sirve sin parar bocadillos de tortilla que su marido elabora en una pequeña cocina. Se ha corrido la voz de que hacen la mejor tortilla de España y no dan abasto.

Los tres bares citados son dignos herederos del que tuvo el patriarca de la hostelería valenciana, el de Barrachina en la plaza del Ayuntamiento, con aquellos inolvidables «blanco y negro» y el singular bocadillo gigante del escaparate, que acumuló tanta solera que se decía que se movía propulsado desde abajo.

El fin de los alquileres de renta antigua y la falta de relevo generacional han hecho estragos en el centro de la capital, pero sorprende que el ayuntamiento abriera una línea especial de ayudas para que los negocios que tuvieran vocación de permanecer continuaran y ni uno solo pidiera las subvenciones. El mercado y sus mecanismos se han encargado de montar el nuevo escenario, y seguro que ideas nuevas y gentes emprendedoras llenarán los espacios que han quedado vacíos. Ojalá lo hagan con la magia que atesoraron esos viejos bares, la que hace que unos estén llenos y los de al lado no se expliquen por qué su barra está vacía.

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