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Jesús Civera

Podemos seguro que puede

La política se hace con propuestas, porque su sentido último es transformar la sociedad. Es ése su pilar fundamental. En torno a él solo hay revestimientos o decoración. La dialéctica, la retórica, la utilización de los mitos o de teatralidades y gestualidades entran en este último apartado: meros productos para fascinar al electorado o para convertir en «apetecible» el programa del partido. La esencia, no obstante, sigue estando en el «programa»: en lo que se dice. Si hiciéramos caso a cómo se dice convertiríamos la política en un festival de variedades. El partido de Pablo Iglesias aún no ha encontrado la solución para enlazar esas dos partes separadas en una síntesis común. De ahí las críticas periodísticas y de ahí las enormes lagunas que se advierten. En Valencia, el domingo, recurrieron de nuevo al maquillaje. Todos los argumentos para homenajear a la epidermis se desplegaron en torno grandes cantidades de esperanza en la Fonteta. Para levantar a los caídos, sin embargo, hay que actuar sobre el sistema nervioso y abandonar el manoseo de los sentimientos. Los sentimientos, de eso sabemos bastante los valencianos, son un fraude, pues se ofrecen a la manipulación como un recién nacido al mundo: con la pureza y la ingenuidad como únicos escudos. En el mitin de Podemos en Valencia no se dijo nada, aunque bastó la potencia de la imagen para captar la noticia: el sedimento que recoge la pulsión social. Se concentró la energía de un movimiento ya articulado bajo una voz trivial porque aún no sabemos cómo se transforman esas palabras en alternativas. A favor de Iglesias y los suyos está el haber captado que el ciudadano necesitaba un nuevo sujeto político distinto a los tradicionales y en haberlo nucleado. Política con mayúsculas es eso. En contra, que pese a los Vicenç Navarro, Torres y los demás apenas se emiten propuestas o bien son relegadas o despreciadas por el fenomenal aparato plástico y retórico. En Valencia, insisto, no dijeron nada -tampoco en la entrevista de Sergi Pitarch en estas páginas más allá de una oscura redifinición del modelo fiscal-, y cuando no se dice nada, se actúa. Preciso: repartieron mandobles a los partidos y plantearon una causa general contra el pasado. El guión previsible, que no hace sino menguar su papel de protagonistas del cambio para vertirlo sobre una prodigiosa frustración. ¿Qué Comunitat Valenciana, País Valenciano, Reino de Valencia o Región Valenciana desean? ¿Cuál es su radiografía, cuáles sus déficits y cuál es su proyecto de futuro? ¿Cuál es su política de alianzas? ¿Hasta donde sitúan la acción niveladora de la Generalitat y del Estado? No entremos en los detalles -diputaciones y diputados, política industrial, enseñanza concertada-, pero hay un abismo todavía entre las propuestas programáticas (o la ausencia de ellas) y el despliegue de los inmensos motores de la persuasión que tan hábilmente saben encender. Cuando Podemos fusione esos dos mundos -se supone que lo hará- abandonará los reinos de la utopía más o menos utilitaria o el vivero de agitación que viene siendo para constituirse en una alternativa firme (al margen de potenciales votos y papeletas, que eso debería ser la consecuencia). Mientras tanto, hay que decir que sólo ha descubierto una cosa, y colosal: que una parte de la sociedad pide un rearme moral y que ellos se han anticipado a prestarle la voz. Nada más. Y ya es. El erizo, al fin y al cabo, decía Arquíloco y reproducía Berlin, solo sabe una cosa..... Pero qué cosa!

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