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La cultura de la copia

on pocos despachos estamos tan familiarizados como con el del presidente de Estados Unidos. Enciendes la tele, zapeas diez minutos, y pillas una peli o una serie en la que aparece la también llamada Sala Oval. Quien haya visto El ala oeste de la Casa Blanca o, más recientemente, la amenazadora House of Cards, podría moverse por esa habitación mejor que por la propia. En la propia, por lo general nos fijamos poco. Un célebre actor español se compró una casa estupenda y cuando llevaba viviendo en ella siete meses descubrió que tenía una terraza. Y ni siquiera lo descubrió él, sino unos amigos a los que había invitado a cenar.

„¿Adónde da esa puerta? „preguntaron.

„¿Qué puerta? „preguntó el actor.

„Esa de ahí.

„Ah, pues no me había fijado en ella.

La abrieron y resultó que daba a una hermosa terraza. Parece inverosímil, pero los protagonistas, a quienes no cito por discreción, la cuentan como verdadera. Stephen King tiene toda una teoría literaria sobre las puertas. Por lo visto, una de las decisiones más difíciles de tomar, en las novelas de terror, es cuándo abrir la puerta.

A lo que íbamos es que hay cientos o miles de copias cinematográficas del despacho de Obama. Pero no bastan. Los servicios secretos de EE UU han solicitado que se edifique una réplica fiel de la Casa Blanca, y en un entorno parecido, para entrenarse con garantías en la seguridad del presidente. Alegan necesitar un escenario idéntico al real; de otro modo, en un supuesto ataque terrorista, surgirían situaciones que con los actuales medios son incapaces de prever.

Hay un síndrome, cuyo nombre no me viene, por el que el enfermo cree que la casa en la que se encuentra es una copia de su verdadero domicilio, del que lo han desplazado miles de quilómetros. No sé. A lo mejor, en esa réplica de la Casa Blanca acaban colocando también un doble de su inquilino que con el paso del tiempo dudaría de su identidad. El presidente verdadero, por su parte, podría sufrir el delirio de vivir en un calco de su existencia legítima. En todo caso, el progreso de la cultura de la copia parece imparable.

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