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Toda una vida con "Glee"

«Ojalá que cuando llegue el momento, digas 'lo he hecho todo, he disfrutado cada segundo en este mundo, he visto muchos sitios, he hecho muchas cosas... cada hueso que me he roto me permite jurar que he vivido'». La letra de la canción de One Republic, en traducción libre, que puso el punto y final a seis temporadas de Glee es la mejor declaración de intenciones que podía tener la serie de la Fox. En su irregular vida, como una suerte de montaña rusa, la serie de Ryan Murphy lo ha hecho todo, lo ha vivido todo y lo ha enseñado todo. Ha sido una serie valiente, que ha crecido desde aquel episodio piloto que se enseña en las escuelas de guión para demostrar cómo presentar a unos personajes.

Y últimamente pienso que uno de los mejores calificativos del mundo es, precisamente, ese: valiente. Glee llevó muy a gala eso de ser una serie musical y abrió la puerta a Smash, Nashville o incluso Empire. Pero sobre todo Glee fue valiente en los temas. Algún día habrá que estudiar la influencia de Glee en la reducción del acoso escolar en Estados Unidos o en la aceptación, en un país tan retógrado en ocasiones, de personas homosexuales o transexuales. La senda abierta por los pioneros cantantes del McKinley High la han seguido después, por ejemplo, las chicas de Faking It (Las farsantes por estos lares).

Glee ha hablado de todo, sin miedo a nada. Ha sido una serie irregular, de eso no cabe duda, que ha ido cayendo hasta menos de 3 millones de espectadores por capítulo desde los casi 30 de las primeras entregas. Murhpy dio un paso atrás y las soberbias primera, segunda y tercera temporadas dieron paso a la cuarta y la quinta, muy descafeinadas, en un intento de sentar las bases de un futuro spin-off en Nueva York que nunca triunfó. Pero la sexta, la última, ha vuelto a hacer de la valentía y del descaro sus principales razones de ser. Un adiós a una «vida» muy satisfactorio.

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