Cuál no sería mi sorpresa ayer al ver al amigo Daniel Craig encarnando a James Bond en una nueva aventura, y corriendo por encima de los tejados de un hotel con la plaza del Zócalo al fondo. Es para un corrido mexicano. Tenía in mente al actor británico porque estuve hablando con un chico de Rimini, Francesco, que ha puesto restaurante en la calle De Dalt. Y me fui a ver el Pasolini de Abel Ferrara. Llevaba yo en mi bolsa un libro del poeta italiano Sandro Penna, al que alude Daniel Defoe en una escena del filme, hablando con su madre, Susana. «El Nobel no se lo tenían que dar a Montale, sino a Penna».

Había guardado Ocurrió en Valencia, para contarle después la historia de Daniel Craig aquí, en dos tiempos tan distintos, en el Principal, en el Rialto, en el Palau de les Arts (¡Ah,qué tiempos!). Y es que todo es circular, el tiempo, el espacio, los recuerdos, las circunstancias.

Daniel, como agente al servicio de su Majestad, ya corría por los tejados de Siena, y mientras se desarrollaba el Palio, que nosotros tuvimos en las calles de Valencia, por un millón de euros, que se sepa, y como llovió el 9 d’Octubre, se trasladó al domingo a otro día después. Tenemos querencias o una cultura del espectáculo que nos une.

Al fondo, en esa plaza de Ciudad de México, hay dos edificios notables del arquitecto valenciano Manuel Tolsà: el palacio de la Minería —imponente construcción, en el que Miquel Navarro hizo hace años una gran exposición— y la catedral. Tolsà y Guastavino son los dos más grandes arquitectos valencianos en América, uno en el siglo XVIII y otro a caballo del XIX y del XX.

Los dos han marcado las ciudades con edificios públicos monumentales, que perduran. A Tolsà se le dedicó una muestra en 1998, que yo recuerde. La de Guastavino en el Convent del Carmen fue una caricatura de lo que se había propuesto y trabajado con Font de Mora y Concha Gómez, para hacerla a lo grande, con el experto norteamericano que luego la hizo en Boston y en Nueva York, aunque no han sacado catálogo (el folletito de aquí, mínimo).

Por aquel México en explosión, donde se construían palacios, catedrales y edificios administrativos, también andaba el grabador valenciano Fabregat (que era, como la madre de Guastavino, de Torreblanca). No se le ha hecho justicia aquí, aunque Manuel Sanchis Guarner, en un libro publicado por el Ayuntamiento de Valencia, hablaba de él y va de siempre en la Enciclopedia Espasa. El grabado ha tenido en México grandes representantes, nosotros a Ribera, Fabregat y Furió.

Digo todo esto por lo de las señas de identidad. En plan cutre hablan de «lo nostre». Y como me señala Martínez Castellano, ¿por qué es de obligado cumplimiento y defensa la paella y no l’arrós en fesols i naps?. ¿Y por qué no l’espardenyà? Es cuestión de gustos. Aquí todo acaba siendo una caricatura o una farsa. O una fiebre electoralista. Será que somos muelles o poco constantes.